número uno | bande à part | selección de imágenes: ferdinand jacquemort
No os engañaré: el motivo que me lleva a escribir estas palabras es puramente personal. Podría disfrazarme y decir, como hace Claudio Guillén a propósito de otros temas, que me encuentro en el corazón mismo de todas las encrucijadas, del hecho cinematográfico en este caso, y que me divide una tensión irresoluble e insalvable entre lo local y lo universal, es decir, que no soy capaz de decantarme ni por lo individual ni por lo colectivo. Pero sería mentira. Porque sólo quiero una cosa: descubrir si el placer que siento al ver Pink Flamingos (1972) de John Waters es tan sólo una vieja fijación mía, o si, llegado el caso, podría estar basado en razones de alcance mucho más considerable.
Empecemos por lo evidente: la película está rodada con una absoluta falta de criterio y de propósito. Algunos críticos lo achacaron a la voluntad de atacar el sistema hollywoodiense de producción y sus técnicas habituales de rodaje, en un intento quizás, por parte del director, de cuestionar y reírse de la moral que de algún modo se derivaría de ellos. (Sin lugar a dudas, una de las películas más recientes de Waters, Cecil B. Demented, del año 2000, podría entenderse como una parodia —burda, pueril y superficial— de esa actitud iconoclasta de la que se le acusó.) Sin embargo, yo sólo soy capaz de ver un absoluto y sincero desconocimiento de todo lo que conlleva rodar una película, hecho que se traduce en una libertad anárquica y adolescente a la hora de llevar a la pantalla las aventuras de Divine. No hay encuadre, no hay interpretación, no hay nada parecido al arte cinematográfico que encontraríamos incluso en los productos surgidos de la más infecta Serie B. No hay siquiera un deseo, podríamos decir, de crear una ficción, porque lo que ocurre en el filme ocurrió de verdad, y los horrores que aparecen como tales en la realidad de la pantalla lo son precisamente, y funcionan, porque son también horrores al otro lado del espejo.
Os adelantamos un nuevo texto de Bande à Parte, esta vez centrado en Pink Flamingos, de John Waters. En él Ignasi Mena discute hasta dónde puede llegar el shock de sus imágenes, y si es suficiente una actitud iconoclasta y un rechazo manifiesto a la ortodoxia cinematográfica para cuajar en eso que algunos llaman el poder creativo y liberador del Arte.
Queridos,
cuando se pasa el cursor por encima de la foto aparece «Pink Flamingos / Roger Waters», lo que es, sin ningún género de dudas, una referencia velada al Pink Floyd de John Waters, conocidísima banda de rock progresivo.
Como ya no sabíamos lo que hacer para que la gente dejara sus comentarios, habíamos dejado deliberadamente ese error tan calculado y sofisticado, para ver si así había más suerte… ¡Y ha funcionado! Ya está arreglado 😉 .
Qué ganas de leer este texto. Pink flamingos (claro) ha sido una de mis obsesiones adolescentes.