Andréi Tarkovski

El cine de Andréi Tarkovski presenta una ambivalencia en su superficie. Las referencias que evoca, el trasfondo literario, histórico, político y filosófico -incluso teológico-  en el que se inscribe hacen de su cine una obra aparentemente exigente en términos de cultura. De ahí viene la reputación que se ha granjeado de cine «intelectual»; sin embargo, las películas del director ruso nos dejan huella precisamente por el carácter extremadamente concreto que poseen. Al leer algunas de las cartas dirigidas a Tarkovski, que recupera en las primeras páginas de Esculpir en el tiempo, nos sorprendemos al constatar que las personas que le escriben lo hacen con toda sencillez; no evocan referencias ni tesis, sino impresiones y recuerdos. Desde ese instante, se impone la convicción de que este cine exigente puede llegar a tocarnos por un camino absolutamente simple: el de la sensación:

Mi infancia ha sido también como la que usted nos muestra […] Pero, ¿cómo lo ha sabido? El mismo viento, la misma tormenta […] el mismo, «Galia, ¡saca al gato!», que decía mi abuela […] La habitación estaba oscura y la lámpara de petróleo se encendía de la misma manera. 

Pensar en un filme de Tarkovski es evocar la presencia palpable de ciertos objetos, la textura y los ecos que despiertan en nuestra memoria. Esta presencia es lancinante, inquietante por momentos: los objetos cotidianos, los elementos, las superficies no solo se imponen por un efecto de escala, sino que cobran una importancia cualitativa en detrimento de una percepción más convencional. El proceso que propongo, siguiendo la pista trazada será el de calificarla como aprehensión hiperestética de lo real.

leer en détour

Número seis
Pa(i)sajes: Un cine para los sentidos
Traducción: Núria Molines
Imágenes: Francisca Pageo


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