Cada vez única, el fin del mundo. El título de una compilación de ensayos de Jacques Derrida podría definir la extraña sensación que se apodera de la cultura popular cuando, a través del cine, se enfrenta y anticipa a esa catástrofe definitiva. A veces, como sucede en Kiyoshi Kurosawa, el apocalipsis se transforma en una suerte de afasia colectiva que desintegra nuestra comunicación natural hasta eliminar todo rasgo de humanidad sobre la tierra. En otras ocasiones, como plantea Roland Emmerich en su visión del blockbuster de Hollywood, el fin del mundo es la condición de posibilidad para emplear cuantos trucos visuales y situaciones inverosímiles sean necesarias para estimular nuestro placer más ingenuo. Así, entre el horror y el placer, el fin del mundo se filtra a través de los poros del cine en un mosaico de representaciones que, ante todo, describen una realidad palpable: cómo la intuición de un final alimenta nuestras neurosis cotidianas.
En La melancolía y los pájaros, Rubén León parte de ese anunciado cataclismo -que se manifiesta periódicamente a partir de algún posible error sistémico, predicción centenaria o maleficio ancestral- para superponer dos modelos de apocalipsis, planteados por Alfred Hitchcock y Lars Von Trier, cuyo epicentro esta en su manera de reflejar esa neurosis colectiva. ¿Muerte de Dios, retrato de la madre terrible, imagen de la masculinidad en crisis? Tras estas preguntas está la inquietante manifestación de un fin del mundo que, lejos de cuestiones exógenas, comienza en nuestro interior.
Número cuatro
Bande à part
Ilustraciones: Sandra Martínez