No suelo acudir a sesiones en horario comercial, pero al perderme el pase de prensa de Evil Dead (2013) tuve que asistir un sábado cualquiera en cualquier cine de la ciudad. Uno tranquilo y desolado como una cabaña en un bosque opaco, con la diferencia de que los pasillos permanecen iluminados y abiertos, libres de todo rastro inquietante como una bisagra rota en el baño o una hilera de envoltorios perdidos. Una sesión tranquila para una película desolada, y un pasillo vacío a la salida, roto únicamente por las siluetas de una mujer y un niño pequeño, que se aproximan juntos a la salida de mi sala. Mientras espero a mi acompañante y a que aparezca el plano sorpresa tras los créditos de cierre, la pareja, seguramente recién satisfecha por una cinta de animación, pasa por mi lado. El niño se vuelve hacia la escasa esquina de pantalla que le permite atisbar su ángulo y su altura, atraído quizá por la música gutural y por el hermoso rojo que anuncia una masacre horrorosa. La madre le tiende la mano.
«Ésa es una película de miedo. No puedes verla.»
El niño, bajito y rechoncho, se vuelve y camina hacia atrás, aún más resuelto que antes a mirar en mi dirección. Con su mano rebuscando los últimos tesoros del cartón de palomitas de maíz. Muy sonriente, y me parece que no pretende contemplar algo prohibido antes de tiempo, sino saludarlo con la seguridad de un próximo encuentro. La curiosidad del niño contrapuesta a esa categórica resolución de la madre. O la tía, la niñera, la vecina: la voz de la autoridad y del vientre, en todo caso. No puedes es tan distinto de no debes. De no te gustará. De te arrepentirás. En realidad, quien demuestra mayor miedo con esa orden es ella misma.
Vivimos con miedo a que los niños vean. Y a pesar de ello pasan al lado del terror, que permanece con la puerta abierta. Con un testigo de ello, conmigo, inmutable. Y aquí, en este país, es tan sencillo sortear la prohibición impresa en letra pequeña en los bajos del cartel. Que un bebé se siente en una sesión Rated R. Que no pase nada ni nadie se indigne. Por eso se necesitan las manos de las madres y el señuelo de los cartones de dulces con olor perenne. Realmente no debe ver Evil Dead. Pero puede.
Y eso es excelente.