La autoficción o el ejercicio de biografía tienen en muchos cineastas jóvenes un valor añadido. De un lado, la urgencia de inscribir un tiempo inestable y unas vivencias que no se pueden perder así como así, que requieren de ese punto personal para plasmarlas en un guion; del otro, la necesidad terapéutica de combatir, desde la ficción, aquello que nos atenaza en la realidad, aquello que no podemos enmascarar y con lo que tenemos que lidiar abiertamente. Así, entre ese aire del tiempo y ese sentimiento visceral, una serie de cineastas han tomado su obra como un campo de batalla para poner en escenas unos sentimientos que no pueden dejar de compartir. Los sentimientos de Valérie Donzelli, que en Declaración de guerra narra la enfermedad de un hijo y su lucha a brazo partido con todas las armas que la ficción proporciona. O los de Xavier Dolan, que ha pulido con asombrosa madurez un discurso sobre la sexualidad y la identidad, lo social y lo afectivo. También los de Jonás Trueba, que con Los ilusos filma una película de entretiempo, de encuentros y desencuentros, charlas y vivencias compartidas, en la que no es difícil reconocer un retrato o una sensibilidad sobre esa juventud que no deja de vindicar su juventud.
En Autoficciones contemporáneas: retratos de una generación, Raquel G. Ráez lleva a cabo una panorámica por las obras de estos tres cineastas, a partir de lo que les une, esa querencia por una voz propia y unas historias que nacen de sus experiencias y hacen de la ficción una manera de prolongar esos sentimientos.
Número cinco
Nuestro tiempo
Imágenes: Vanessa Agudo