Una noche, de Yuko Kuwabara (Satori) Traducción de Juan Francisco González Sánchez | por Juan Jiménez García
Siguiendo con la publicación de teatro contemporáneo japonés por parte de Satori (en conjunción con la Japan Foundation), Una noche, de Yuko Kuwabara es la última entrega, de momento. Una dramaturga joven, como los anteriores, y que coincide en su gusto también por la dirección (fundando su propia compañía, KAKUTA) e incluso la interpretación, con alguna de sus obras no solo llevadas al cine, sino que ella misma también ha escrito guiones para cine y televisión. Todo lo cual es altamente coincidente con los libros publicados con anterioridad. Tanto que nos permitirían establecer una especie de patrón que corremos el riesgo de intentar aplicar a todo ese teatro contemporáneo, pero que, por desconocimiento, no intentaremos. En todo caso, la obra de Yuko Kuwabara entronca en una cierta ortodoxia que ya aparecía también en Abiertos en canal, pero que revela un mecanismo más complejo de capas, de vidas que se superponen en esa noche, tras el suceso traumático, rompedor, del asesinato, disfrazado de accidente, del marido de Koharu. Y como ella afronta no solo la prisión, sino un periodo de quince años en el que no aparecerá, en el que no volverá a encontrar a sus tres hijos, Daiki, Sonoko y Suji. Tras un prólogo, mientras la nieve cae, poco después de esa muerte, iremos hasta un tiempo presente. Un presente marcado, inevitablemente, por el pasado.
La acción discurre en la empresa de taxis de la familia y los personajes y los conflictos se multiplican con el regreso de Koharu. Ya no es que su historia no haya sido olvidada por nadie, sino que sus hijos siguen ahí, sin preguntarse demasiadas cosas, cada uno entregado a construirse una vida o intentar mantener aquello que tienen, Ninguno de ellos, aunque su vida discurre alrededor de la empresa de taxis, trabaja en ella, intentando vivir al margen, empleados en otros oficios o, como la hija, estudiando. La vuelta de la madre la convierte en una presencia que arroja luces y sombras sobre todos ellos, hijos, familia, empleados y en la que van surgiendo temas universales aplicados a nuestras pequeñas existencias. Como dice Hiroko Yamaguchi en su prólogo: el amor y el rencor, el perdón y la culpa, la necedad, la esperanza y la desesperación. Su presencia no deja de ser inquietante, como si solo estuviera ahí para permitir que las cosas se revelen, poco presente, nada presente. Está, y eso, que parece poco, es todo. Está como ha estado todos esos quince años en los que decidió vivir una vida al margen, esperar a que el tiempo, la ausencia, lo volviera todo olvido.
La obra de Yuko Kuwabara transita a menudo en la excepcionalidad. En esos sucesos capaces de romper la monotonía de los días, en el crimen y en el castigo. Es decir, en la acción y lo que esa acción provoca en los demás, de una manera directa o indirecta. Y eso es también Una noche, en la que nada parece pasar (tal vez porque el acto traumático está ahí, en esa muerte inicial), pero que irá transformando ese paisaje interior e interior en el que todo, inevitablemente, se mueve, se agita.