En Paprika, la adaptación que firmó Satoshi Kon de la novela de Yasutaka Tsutsui, su protagonista homónima le pregunta a uno de los personajes si no cree que los sueños e Internet se parecen, pues en ambos espacios afloran las conciencias reprimidas. A Tsutsui siempre le ha atraído separar lo mental y lo moral, los sueños de la razón, para observar de qué forma unos se alimentan de los otros y cómo, en definitiva, afecta a nuestro comportamiento social. Si Paprika, la novela, ya era un potente reflejo de las transformaciones de una sociedad japonesa al borde del fin de Siglo, exponiendo con mordacidad sus vicios y virtudes, los ocho cuentos psíquicos que contiene Lo que la criada vio nos sitúan en una perspectiva algo más íntima. En las vidas domésticas de aquel Japón inseguro y avergonzado, prisionero de sus pulsiones y constreñido por un deseo que no sabían cómo expresar sin caer en la violencia. Un Japón pueril, machista y replegado sobre unos viejos ideales morales.
Tsutsui articula los relatos a través de un mismo personaje, Nanase, la joven criada con habilidades telepáticas que va de hogar en hogar descubriendo las interioridades de sus empleadores. Como sucedía en Paprika, el autor japonés describe la dualidad de su sociedad enfrentando la fachada exterior de los personajes con ese flujo de pensamientos en los que la falta de constricción moral expone la verdadera identidad de estos. Identidad que sirve a los propósitos de Tstsui para llevar a cabo un mosaico de las perversiones sociales y un diagnóstico de la escasa madurez con la que Japón se ha incorporado al club de las sociedades modernas. Al contrario, pues las criaturas que aparecen en sus páginas son bestias sedientas de sexo, crápulas y vividores, mezquinos o amargados, que tratan de disimular sus infinitas frustraciones tras la apariencia de serenidad que transmite su primer encuentro con la criada.
Lo que vio la criada abarca múltiples temas, casi siempre con vehemencia y mordacidad, en los que Tsutsui se preocupa por señalar los achaques de la sociedad japonesa. Algunos, por así decirlo, aparecen perfilados con una sencillez abrumadora, especialmente en lo que respecta a las cuitas en torno a la edad y las fases vitales que envejecen prematuramente a la mujer; más aún, si se trata de una independiente y autosuficiente, a la que el peso de las tradiciones tritura como si se tratase de fruta podrida. Otros, en cambio, expuestos con gran violencia, tal y como sucede con la mayoría de personajes masculinos de los cuentos: acosadores, desalmados, capaces de acometer una violación para cerrar las heridas de un ego por desarrollar. Y es que Tsutsui no ahorra palabras para describir a sus paisanos como víctimas de una moral caduca y unas clases sociales que no tienen razón de ser. Adultos que se comportan como niños, familias que se revuelcan en la basura incapaces de oler su hedor, matrimonios que disfrutan del juego del engaño como subterfugio para rescatar una vida que ha perdido su cauce, triunfadores que no son más que fracasados o amables ancianitos que, en fin, son violadores en potencia.
Nanase, como la Atsuko de Paprika, es también un personaje poliédrico, al que Tsutsui desarrolla de un relato a otro. La evolución de sus poderes telepáticos, que en los primeros relatos sirve, casi, de solución argumental, se produce a medida que el contacto con entornos a cuál más abyectos le obligan a intervenir y, por tanto, madurar. A dejar atrás la inocencia con la que inicialmente se presenta ante el lector para actuar descubriendo las mezquindades de las criaturas que la rodean. Que la acosan y atacan sin piedad, denigrándola en relatos a menudo tortuosos, en los que la virulencia del discurso de Tsutsui resulta de lo más incómoda. Escupitajo directo a la cara de sus contemporáneos, a ese mismo rostro desencajado tras observar el catálogo de perversiones y transgresiones morales dispuesto por su autor para desnudar las vergüenzas de la sociedad japonesa de fin de siglo.
En Lo que vio la criada, Yasutaka Tsutsui pone en entredicho tradiciones y valores, roles y atributos familiares, la buena voluntad humana y la corrección que concedemos a nuestros comportamientos en público. Mete el dedo en el ojo, en la llaga y allí donde haga falta, sin piedad y con un sentido del humor tan cáustico que acaba por resultar hiriente. No menos, por cierto, que lo mal parado que sale su tiempo al contemplar el retrato robot dibujado por aquel. De ahí que estos ocho cuentos psíquicos sean, asimismo, ocho tratados morales sobre las enfermedades sociales del Japón contemporáneo. Crítica a un tiempo marcado por el progreso tecnológico incapaz, pese a ello, de enmascarar su inmadurez social.
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