Diario de Moscú, de Walter Benjamin (Abada) Traducción de Alfredo Brotons Muñoz | por Raquel Delgado

Walter Benjamin | Diario de Moscú

Entre el 6 de diciembre de 1926 y el 1 de febrero de 1927, la Unión Soviética recién nacida, líder todavía de la esperanza y la Historia de Europa, estuvo habitada por Walter Benjamin quien, con 34 años, anhelaba que esta visita al núcleo de la Revolución significara un antes y un después en su existencia. No solo estaba a punto de participar en el día a día del nuevo sistema político, lo que podría determinar su hasta ahora aplazada afiliación al Partido Comunista, sino que (y más importante) su destino era también el hogar de Asja Lācis, la actriz y directora de teatro a la que amaba y con la que pretendía revivir la relación que comenzaron en la isla de Capri en 1924. El Diario de Moscú merece ser leído porque nos introduce en la intimidad de un filósofo imprescindible en el siglo XX a la vez que revela en directo cómo el bolchevismo plantaba sus cimientos.

El Moscú que recorremos con Benjamin está en ebullición; las obras de teatro, las proyecciones de películas, las asambleas proletarias, las exposiciones de arte, etc. llenan su agenda y lo extenúan; nos informa de que llega a los restaurantes cuando ya han cerrado, de que las noches invitan a la actividad. Es la cara luminosa del Diario, gracias a la que intuimos el brillo de un sistema aún por estrenar del que cualquiera querría ser partícipe. Las vivencias del protagonista, sin embargo, nos devuelven con rapidez a una postura menos eufórica: miseria en las calles, burocracia (ese “derroche de tiempo y energía”), exceso de cautela en el qué decir y el qué pensar, cartillas de racionamiento. La sensación de oscuridad crece al consultar las constantes notas biográficas que nos indican quién es quién en el texto, puesto que la mayoría de ellas anticipan finales desoladores para la vanguardia cultural de los años 20 con la llegada de Stalin.

Las críticas que Benjamin no reprime en relación al extendido “corrosivo mutismo del fanático” o a la incoherente sustitución de Dios por Lenin nos previenen de que nunca será un marxista incondicional, aunque la indecisión sobre adherirse o no al Partido Comunista como vía para alcanzar la estabilidad profesional lo acompañe siempre en esta etapa. Esta cara b no empaña su convicción ni nuestro sentimiento de estar viviendo un acontecimiento histórico único; la lectura del Diario recupera para nosotros el momento en el que Rusia, con únicamente diez años de comunismo acumulados, es el huracán del continente, un laboratorio de creatividad.

Es la persistente presencia de Asja Lācis, no obstante, la pieza más valiosa de este cuaderno de viaje porque pertenece a lo no público. La obra profesional del filósofo nos habla de pensamiento; Diario de Moscú añade además privacidad. Con él estamos descubriendo cómo sentía Walter Benjamin; cómo su inteligencia convivía con una faceta personal vulnerable capaz de eclipsar todo lo exterior. Asja (enferma, esquiva, egoísta) es la razón principal detrás de la visita a Rusia y la que condiciona allí su bienestar: el reencuentro que comienza con el autor apeándose de un tren en una estación en la que nadie lo espera continúa con menos electricidad que sufrimiento y desasosiego. No es sorprendente que el Diario, exposición transparente de los estados de ánimo tanto de Benjamin como de Lācis, no saliera a la luz hasta más tarde de la muerte de ella en 1979, décadas después de la desaparición de él, extinguidos ya “la coléra y el amor”.

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