La puerta del cielo, de Vittorio de Sica (Confluencias) Traducción de Natalí Andrea Lescano Franco | por Juan Jiménez García
Uno debería preguntarse hasta qué punto Vittorio de Sica ocupa el lugar que merece en la historia del cine. Es un lugar complicado porque seguramente son más conocidas sus películas que él mismo y estaría bien ver cuánta gente es capaz de relacionar Ladri di biciclette o Miracolo a Milano con su nombre o, mejor, con el carabinero protagonista de Pan, amor y fantasía (por coger una fácil). Tampoco será difícil encontrar aquellos que afirmen que aquellas obras le deben todo a Cesare Zavattini y vean el neorrealismo como una cosa de Roberto Rossellini, sin más. Estas preguntas, si acaso mínimamente, sirven para establecer la complejidad de una figura como de Sica, para situarlo en el lugar correcto o, al menos, arrojar algo de luz sobre él. Y en esas podría estar uno cuando, en un cajón, su hijo Manuel encontró unas hojas escritas a máquina y encuadernadas en tapa dura. La sorpresa: eran las memorias de su padre. O el proyecto de ellas. En todo caso, el libro que ahora nos trae Confluencias es un documento valiosísimo para conocer a una figura fundamental del cine italiano que cambió, un poco, el mundo.
Con una escritura ágil, como nos imaginamos contándonoslo, el actor y director italiano repasa lo que fueron sus primero cincuenta y un años de vida. Una vida que llega desde su nacimiento hasta Umberto D. Su infancia, la pobreza, su padre músico pero empleado de oficina, los continuos traslados, sus estudios para ser un contable, para acabar en otra oficina, siguiendo la vida miserable de la familia, desembocarán en uno de los ejes centrales de su historia (tal vez el más desconocido) que fue su carrera en el teatro. Desde sus comienzos como simple figurante con la prestigiosa compañía de Tatiana Pavlova hasta sus intentos de representar un nuevo teatro, que no llegaba en aquella Italia fascista, con su propia compañía, que formará con su primera mujer, Giuditta Rissone. La vida no le sonríe. Tiene una cierta repercusión crítica, pero no el público necesario para llevar una vida decente. Sigue el hambre.
Será entonces, como tantos otros actores de teatro, cuando se encontrará con el cine, un arte que no valoraba en exceso (entregado en aquellos tiempos a los teléfonos blancos, insulso y ridículamente falso). Para de Sica, que buscaba en el teatro una cierta honestidad, no podía ser más decepcionante. Pronto entendería que la única opción era dirigir sus propias películas, aunque tardaría en poder llegar a los dos extremos que quería: hacer cine, pero hacer cine como él entendía el cine. Es decir, como una manera de mostrar la sociedad que le rodeaba verazmente. El encuentro con Cesare Zavattini le animará a ello, y ya en 1943 rueda una película que anunciará el neorrealismo: I bambini ci guardano. El resto es historia, historia del cine: Sciuscià, Ladri di biciclette, Miracolo a Milano, Umberto D,… (por abarcar solo el periodo de esta autobiografía). Todas con innumerables dificultades, cada cual a su manera y solo realizadas por su propia cabezonería y esa idea del cine que no abandonó en ningún momento.
En las páginas de su vida todo sucede a la velocidad de su vida, a ese impulso vital que siempre mantuvo. Continuamente va aportando datos, anécdotas que arrojan no poca luz sobre un hombre que se prestaba a la confusión. De Sica lo fue todo para el cine italiano y lo fue de muchas maneras, sin que nada fuera producto de la casualidad y sí mucho de la constancia. Sus películas fueron aquello que quiso, al menos hasta que entendió (y ahí se acaba el libro) que para hacer cierto cine debía ganar dinero haciendo cierto otro. Es una vieja lección que aprendieron no pocos directores, sobre todo cuando también eran actores con un público fiel. A qué estaban destinadas estas páginas es difícil saberlo. Seguramente a servir de base a unas memorias más extensas. Entonces, tal vez, se hubiera perdido toda la frescura, toda la inmediatez, todo ese aliento napolitano, que respiran estas páginas, llenas de vida, de hambre, de humor, de sufrimiento y también de sus triunfos. A de Sica aún le quedaba mucho por delante. También por rodar y por interpretar y algunos momentos turbios (ver la autobiografía de la que fue su pareja durante muchos años, María Mercader). Pero esa es otra historia. Y otro libro que, tal vez, algún día aparecerá en otro cajón.
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