Isla Crimea, de Vasili Aksiónov (Automática)  Traducción de Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz Rovira | por Juan Jiménez García

Vasili Aksiónov | Isla Crimea

La triste realidad de que se escribe mejor contra algo. La triste realidad de la escritura rusa (o soviética) del último siglo, ese siglo marcado por las persecuciones, el comunismo, el exilio (interior, exterior), las ediciones secretas, el miedo, lo terrible, sin más. También por la opinión de los demás. Porque sí, ahora todos nos parece un horror, pero cuantos intelectuales occidentales mantenían ese horror, pensando en paraísos cuanto menos sospechosos. Qué hermoso libro es Una vida, de Jan Zabrana. Y cuánta rabia contenía, por no decir desesperación, también con esto. Esas cosas dan vueltas en mi cabeza pensando en Isla Crimea, en la novela de Vasili Aksiónov. Dan vueltas porque hay un poco de todo eso y de mucho más, porque en ella está contenida buena parte de las dudas y vacilaciones, del desencanto y de la impostura. Todo disfrazado esa horrible palabra (ucronía), alrededor de la hipótesis de una Crimea no soviética que escapa a la revolución (es decir, una Taiwán en relación con China, algo irónicamente muy presente). Un libro trepidante, como trepidantes deben de ser las caídas por los abismos. Lleno de un humor amargo y de unos personajes memorables. Un libro sobre su tiempo  lleno de intuiciones y malos presagios sobre el nuestro. Un clásico. La necesidad de que sea un clásico.

¿Qué es Isla Crimea? Imaginemos que la revolución rusa se hubiera perdido entre el hielo resquebrajado que rodea a esa isla imaginaria de Crimea. Que esa isla se hubiera convertido en un monstruo capitalista feliz y despreocupado (cierto, aquí hay más de Hong Kong que de Taiwán), a la sombra de un monstruo comunista ocupado en la distribución de la pobreza (pero de un determinado nivel burocrático para abajo, que no hay que exagerar). En definitiva: la gran madre patria frente al hijo díscolo, tan transformado que más bien parece un pariente lejano. Pero no, como decía Marco Bellocchio, la China está cerca, y, añado, la URSS también. Y es que el capitalismo desenfrenado a veces se pregunta por la existencia del alma, y de eso los rusos saben mucho. O sabían. El caso es que tenemos a Andrei Lúchnikov, hombre de éxito de aquella Crimea, director del Courier, el periódico más influyente de la región, con repercusión internacional. Su padre fue un evapro (como en Taiwán, son los de Crimea los que se consideran los verdaderos rusos, y no todos esos millones restantes), es decir, una vieja gloria. Él lo tiene todo: dinero, mujeres, contactos,… Curiosamente, Lúchnikov es prosoviético. Para ser exactos, prorruso, porque él piensa en el gran ideal de la reunificación. Sin embargo ha estado en Rusia y, ciertamente, el panorama no es halagador. Y eso que a él, precisamente, lo tratan estupendamente. Pero no, no se puede engañar a nadie. Aquella Unión Soviética no es nada apetecible. Pero la idea de dotar a esa Crimea salvajemente entregada al dinero de un destino, es superior a todas las cosas. A las estanterías vacías, a las largas colas,… Cualquier cosa. Puestas las cartas sobre la mesa (esto es lo que habrá), hay que seguir. Y, curiosamente, la población se muestra entusiasta con la idea.

¿Cómo tratar la complejidad de la Historia (incluso la inexistente) sin tropezar con las paredes? A Venedict Yerofeyev se le ocurrió la idea de dejarla en manos de un borracho subido en un tren en busca de su novia. Ciertamente Andrei Lúchnikov está lejos de esas coordenadas, aunque en su sobriedad es infinitamente más peligroso. Vasili Aksiónov para compensar nos ofrece una galería tremenda de personajes y no nos costaría mucho afirmar (como se hace al final del libro, en la conversación entre José María Muños Rovira y Yulia Dobrovolskaya) que la verdadera protagonista es la amante (y gran amor, de él y de otros) de Lúchnikov: Tatiana. Y lo es porque es ella la que concentra todas las contradicciones, todas las necesarias contradicciones, en el mundo de las certezas de los demás. En un mundo de espías, de servidores, de viejos amos, de sirvientes y de algún joven con alguna pasajera creencia, ella representa al fragilidad. La fragilidad de las ideas, de las convicciones, pero, fundamentalmente, del ser humano.


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