Una habitación en Holanda, de Pierre Bergounioux (Minúscula) | por Óscar Brox

LUna habitación en Holandaeer a Pierre Bergounioux implica advertir la naturaleza híbrida de su escritura. A través de sus relatos breves, tanto ensayo como ficción y crítica literaria forman un mismo cuerpo narrativo. Así en B-57G, donde el repaso histórico del viaje hacia la muerte de los primeros pilotos de guerra del ejército americano deviene una elegía a las formas literarias de Melville o Faulkner. Una habitación en Holanda también es, a su manera, una suerte de elegía: seguimos a René Descartes en su travesía europea en busca del cogito, una de las larvas que alumbrarán la Modernidad, mientras el paisaje de la Edad Media entra en su ocaso. Bergounioux pule cada descripción con la misma delicadeza con que Baruch Spinoza -otra de esas voces de la Historia de las ideas que el escritor francés convoca en sus páginas- pulía sus lentes. La Modernidad, aquel paradigma cultural destinado a morir en sus ideales ilustrados, adquiere en palabras de Bergounioux el carácter de duda. Viajamos junto a Descartes, atravesamos países, cortes y mecenazgos culturales, sin introducirnos en ninguno de esos microcosmos. Cada paso de René es tan profundo y fatigoso como nuestra pisada en una capa de nieve, como si fuésemos incapaces de liberar nuestras piernas de una enredadera que nos impide avanzar. Europa aún conserva su aliento fúnebre -el mismo que obligará a Galileo a retractarse de sus ideas para evitar seguir el camino de Giordano Bruno-, gélido y debilitado; un aire que apenas ilumina tenuemente el camino hacia el asentamiento de la Razón. La frágil salud de Descartes, que terminará con su vida al poco de instalarse en Suecia, acompaña cada nuevo hallazgo recordándonos la inestabilidad de un momento histórico incierto. De esta manera, Bergounioux representa un mundo hipotecado por sus numerosas necesidades, por su irremisible tendencia al cambio, que sustituye el hedonismo intelectual de Italia -lugar de paso para el pensamiento premoderno- por el espartano decorado de una estufa y una habitación. Como Kant, Descartes hará de su habitación su particular campo de Marte en el que cultivar las semillas del futuro. Como Descartes, Bergounioux encuentra en esa búsqueda intelectual el motivo para resucitar los fantasmas de una búsqueda sin término: los fundamentos que nos llevaron a construir las bases del hombre moderno. La genealogía de una idea; la fugacidad de un estadio intermedio entre el pasado y el futuro; la belleza de aquel tiempo en que todavía había lugar para las pequeñas cosas, aquellas que florecían en el taller de un pulidor de lentes o junto al fuego de una estufa.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.