Dime una adivinanza, de Tillie Olsen (Las afueras) Traducción de Blanca Gago | por Óscar Brox

Sam Wasson | Quinta Avenida, 5:00AM

De Tillie Olsen sabemos que comenzó a publicar cuando estaba a punto de entrar en la cincuentena. El matiz es importante: antes de eso, como otras tantas autoras de su generación, fue una escritora sin obra. Pero lo fue, casi, desde un principio. Mientras observaba y ponía el oído, entre trabajos temporales, cazas de brujas, tiempos duros y la crianza de sus hijos. No fue hasta que obtuvo una beca que pudo entregarse a la escritura y reunir lo que tenía de aquí y de allá. Algunos relatos, algunas voces, prácticamente una nouvelle y se diría, también, un estilo más que reconocible. 

Con los relatos de Olsen sucede que entras un poco accidentalmente. Hay un efecto que se repite, cuando los personajes parecen envueltos en un permanente guirigay. Ruido de fondo. Da igual si es producto de sus atribuladas vidas interiores, de la precariedad que supone vivir siempre en un espacio compartido o, derivado de esto último, los roces y las costumbres que colisionan contra cualquier tentación de pensamiento interior. El caso es que el lector se acaba por acostumbrar, pero Olsen también nos pide atención: que sepamos sortear ese marasmo de ruidos, cacofonías y acción para, entonces sí, escuchar lo que dicen sus personajes. Observar con cuánta maestría los reduce, casi, al tuétano: en Aquí estoy, planchando, todo lo que hace falta aportar como contexto está condensado en el título. Lo demás, que en absoluto es poco, pertenece a la catarata de recuerdos que hablan del conflicto con la maternidad, la infancia y el carácter que, en tiempos complejos, impone sobre esa época en la que solo deseamos felicidad. De cualquier tipo. Olsen pasa a limpio los pensamientos de una madre, también las preocupaciones. No hace solo balance de las diferentes etapas de su hija, sino también de las diversas privaciones a las que se ha visto abocada. A no ser y no tener (determinados atributos). A tener que y verse en la necesidad de. Y el repaso es veloz y, sin embargo, poderosamente dramático, porque muestra con transparencia el fruto amargo de una maternidad en una época delicada. A remolque con cualquier trabajo, con demasiadas obligaciones, con la necesidad temprana de forjar un carácter y la dificultad de explicar todo eso a una niña. 

La escritura de Olsen se diría, casi, transparente. Cumple eso tan hermoso que escribió la poeta Adrienne Rich: las palabras son propósitos, las palabras son mapas. Y las utiliza para explorar cada sentimiento, cada emoción, para guiarnos entre el marasmo de cosas que parecen tener lugar sin dejar de recordarnos cómo todo lo que ocurre, toda esa vida que brota a borbotones, está encapsulada en un momento aparentemente insignificante y, al mismo tiempo, tan cargado de significado: durante la plancha. La vida siempre asociada al trabajo. El carácter, también. De ahí, precisamente, que Olsen se permita la valentía y la fuerza de párrafos que arrancan su escritura de la necesidad de ser transparente para, además, ofrecerle algo más parecido a un vuelo poético. Lo visceral concentrado en lo lírico. 

Olsen es la escritora que observa. Que mira. Y que, cuando mira, no puede evitar entrar en diálogo con su pasado. En ¿Qué barco, marinero? el protagonista es un amigo de la familia. Mejor dicho, es familia. Pero, de nuevo, el tiempo ha pasado y hace aún más visibles las heridas con las que carga. El carácter. Los conflictos. De todos los relatos, este puede que sea el más cercano a un ejercicio de estilo, continuamente punteado por esa melopea musical con la que su protagonista se rebela contra y, un tanto resignado, acepta lo que el presente le depara. Aquí Olsen habla del pasado desde el presente; ni lo romantiza ni esconde la incomodidad que provoca, entre otras cosas, porque casi todos sus personajes se rigen por unos códigos morales casi inamovibles. Hay mucha culpa, pero a menudo esta es producto de la frustración con la que aceptan sus numerosas privaciones. Y el tiempo, casi siempre, pasa de forma devastadora. Y es ese un detalle que la autora trabaja con maestría en sus cuentos. Oh, sí, por ejemplo, podría ser la crónica de una amistad efímera, en la época de la segregación racial, así como también la constatación de un cierto final de la inocencia, tan pronto sus protagonistas infantiles perciben de qué pasta está hecha el mundo. Pero lo interesa radica en cómo Olsen moldea todo eso; como un perfecto mecanismo literario en el que la vida pasa, con pocos sobresaltos, manifestando a cada etapa una permanente condición de clase que atraviesa cualquier emoción por muy elemental que sea. 

Dime una adivinanza podría ser una nouvelle, dada su extensión. Olsen la elige como broche del libro porque, de alguna manera, cubre todo el arco vital situando a sus protagonistas ante la vejez. Es, tal vez, el relato más complejo y, al mismo tiempo, el más transparente. Porque bien pronto en el texto dejamos de escuchar esa cacofonía de voces, pensamientos y conflictos y observamos el drama del matrimonio. La enfermedad de ella, el conflicto con él, la lucha de caracteres, los anhelos y la búsqueda de unas raíces cuando parte de tu vida ha fluctuado entre el exilio necesario (de Rusia a Nebraska) y el trabajo a destajo. Las privaciones, la asistencia social, una educación en tiempos recios, etc. Y, sin embargo, qué imposible resulta no reconocer esa bondad casi universal con la que Olsen habla de sus criaturas. Ese sentido de la justicia. Por mucho que su relato nunca oculte la muerte de su protagonista femenina; por mucho que nos la acerque hasta el último detalle, convirtiéndola en un cuadro costumbrista extraordinariamente dibujado. Porque, de alguna manera, es la forma con la que Olsen quiere conciliar la difícil convivencia entre su contexto y su existencia emocional. Entre esas décadas, demasiadas, que quedaron por escribir y el condensado temporal con el que ha amasado sus relatos. 

Decía Carmen Laforet en su faceta de articulista que, aunque querría escribir para mujeres sobre temas de mujeres, al escribir lo que haría sería descansar de ellos. Me parece una definición perfecta de la época y, sobre todo, de la carga que tan bien expresa en sus relatos Tillie Olsen. Con esa visión tan detallista como la de un Chéjov y, al mismo tiempo, con una carácter forjado entre las clases trabajadoras más modestas, los frutos amargos del exilio y la vida difícil que, en fin, supo encontrar su mapa en las palabras. Su propósito es la claridad, no debe olvidar nada. Esto último también es de Adrienne Rich.


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