Bestiario, de Stéphane Poulin (Kalandraka). Traducción de Pedro A. Almeida | por Juan Francisco Gordo López

Stéphane Poulin | Bestiario

Humildad se puede escribir de muchas maneras. Se puede, incluso, dibujar, pero no desde luego con el género humano.

En 2002 se publicó por primera vez Bestiaire, de Stéphane Poulin. Unos años después, Kalandraka Editora recogió el testigo de la obra, publicándola en castellano y ahora, nuevamente, una segunda edición ocupa un puesto especial entre las obras ilustradas de nuestro tiempo, con una maquetación donde las imágenes, acompañadas de un brevísimo texto, no necesitan más que la mirada del lector para adquirir una multiplicidad de sentidos.

Esta magnífica obra está salpicada de bestias que no son los animales que recrea, precisamente. La deshumanización de las personas que aparecen en ella es el reflejo de los peligros de la sociedad contemporánea en su afán por adorar a una apoteósica civilización. Que los hombres se comportan como animales es algo que ya está muy ensayado, pero llegar con la idea justo hasta el campo del arte es algo que resultó muy innovador con la primera edición de esta obra.

Las múltiples referencias a las vanguardias, a la pintura de Hopper, van Gogh, los grandes clásicos de la literatura y hasta de las costumbres culturales más concretas de diferentes regiones geográficas, hacen que la digresión oscile entre la frialdad del pensamiento racional y el goce de las emociones que se transmiten desde lo visual hasta lo intuitivo.

La hermosura de las imágenes trasciende los conceptos de lo dibujado, mucho más de lo que el jugador que las contempla pueda pensar inicialmente. Aunque a primera vista parece un trabajo en la línea de la idea clásica del bestiario como compendio de criaturas extrañas e insólitas, ni una sola de estas bestezuelas está exenta de una existencia fácilmente reconocible. Por encima de convencionalismos literarios y filosóficos, la enumeración presente en las páginas de este bello volumen consigue abarcar la originalidad artística del autor del País de la Memoria Blanca y, con ello, la desbordante imaginación de una fantástica inocencia disimulada.

Humildad se puede decir de muchas maneras. Aquí, preferimos llamarla Stéphane Poulin.


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