El expreso de Tokio, de Seicho Matsumoto (Libros de Asteroide) Traducción de Marina Bornas | por Juan Jiménez García
Quien conozca un poco el cine japonés (incluso el cine japonés que ha llegado a nuestro país, gotas de agua en un inmenso océano) quizás recordará el nombre de Yoshitaro Nomura. Cineasta con una extensa obra, poco nos ha llegado de él, y prácticamente todo, de un mismo género: la intriga, el policiaco. En España se llegaron a sacar dos obras suyas (seguramente lo mejor de su producción): El castillo de arena y El demonio. Ambas tenían en común, como tantas obras de este director, el estar basadas en el escritor más importante de novela policiaca de aquel país. Y ese hombre no era otro que Seicho Matsumoto, que finalmente se edita de la mano de Libros del Asteroide.
En estos tiempos en los que estamos casi abrumados por la cantidad de novela negra que aparece, en estos tiempos en los que incluso ya hemos perdido un poco el sentido y significado de lo que es una novela negra (porque todo parece serlo), encontrarse con un libro como El expreso de Tokio tiene su encanto. Precisamente porque Matsumoto es un narrador clásico, un escritor que entiende el policiaco como una pieza de orfebrería en la que, incluso por encima de la creación de un ambiente o de unos personajes, lo importante es el misterio en sí, el enigma y su resolución. Hasta el punto que hoy en día podría incluso pasar por un sofisticado ejercicio de estilo. No es difícil imaginarlo e incluso el escritor nos da una pista: para escribir una novela tan absorbente como esta, tan solo es necesario una cantidad considerable de talento, mucho oficio y… los horarios de trenes vigentes en 1947.
Veamos. Un escándalo de corrupción está saliendo a la luz, alcanzando tales proporciones que se empieza a intuir la presencia de algún pez gordo, dado que estos, los peces, van poco a poco aumentando de tamaño. Tatsuyo Yasuda es un empresario con una profunda relación con el ministerio implicado, y su centro de operaciones está, más que en su oficina, en un restaurante por el que van desfilando personajes tan importantes como anónimos. Un día aparecerán en una lejana playa dos cadáveres, víctimas de lo que parece ser un doble suicidio (algo muy popular en Japón). Ella es una de las sirvientas del restaurante. Él una pieza clave dentro del ministerio. Digamos que lo que separa lo conocido de lo que falta por conocer. No parece haber ninguna duda sobre el caso, pero una novela negra no se construye sobre certezas. Tampoco esta.
Las dudas de un viejo policía (en caso de que una pareja viaje en tren, ¿tiene sentido que él se encuentre solo en el vagón-comedor?), animan la investigación del subinspector Mihara. Y a partir de ese momento empezará una curiosa investigación en la que todo parece responder a una sucesión de hechos imposibles en la práctica. Quienes conozcan la obra de Yoshitaro Nomura (volvemos al cine), sabrán de su obsesiva afición por los trenes y, bueno, quizás ahora encontramos un motivo. El expreso de Tokio no es un libro que discurre en un tren, sino una obra sobre trenes. Trenes que se cruzan, horarios de trenes, gente que viaja en esos trenes, gente que coge esos trenes, que se despide de ellos. Y es fascinante. Más que frente a una novela puzle, podemos pensar que estamos ante una novela “cubo de rubik”. Sabemos perfectamente la imagen final. También la sabe el subinspector Mihara. Pero para dar con esa imagen final, las piezas deben de girar y girar, buscar su acomodo, encontrar su color.
Es complicado hablar como de un descubrimiento del escritor japonés de novela negra más importante del siglo pasado. Un hombre que no solo vendió libros como ningún otro, sino que tiene una obra inmensa en extensión, inmensa en adaptaciones cinematográficas y con amplio reconocimiento de la crítica, premios importantes incluidos. Son consecuencias de la ignorancia de un país como el nuestro de aquello que ocurre un poco más allá de aquellos lugares a los que parece limitarse nuestra mirada. Afortunadamente las editoriales pequeñas parecen estar dispuestas a demostrar que hay otros mundos más allá de aquellos, y la llegada de Seicho Matsumoto a nuestro país solo es una (afortunada) prueba más de ello. Tras eso, solo nos queda coger este tren, este expreso, y dejarnos llevar a través de este viaje, entre obsesivo y desasosegante, hacia el crimen perfecto.
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