La eliminación, de Rithy Panh y Christophe Bataille (Anagrama) | por Juan Jiménez García
Para aquellos que hemos seguido la obra de Rithy Panh desde tiempo inmemorial, la aparición de La eliminación (escrito junto a Christophe Bataille y publicado ahora por Anagrama), es uno de los acontecimientos del año, además de venir a cerrar (como seguramente también para el director camboyano), un círculo, o, mejor, terminar un puzle. Este libro es esa pieza que sirve para darle una nueva intensidad.
Cuando Panh habla de su última película, Duch, le maître des forges de l’Enfer, habla de la necesidad de completar su obra, en especial, S21, la máquina roja de matar, documental que trataba sobre el más importante campo de exterminio de los jemeres rojos. La necesidad venía de que todos los testimonios, de una manera u otra, giraban alrededor de una persona, Duch, jefe de la policía del régimen y director de aquel siniestro complejo, cuyo propio testimonio no aparece en ningún momento. La película se convierte en el eslabón final de una cadena que empezaba con Bophana (sobre una mujer ejecutada por escribir cartas de amor a su novio), pero teniendo siempre presente que su obra siempre ha girado sobre la tragedia del pueblo camboyano y la suya propia (como parte, por otro lado, del destino de ese pueblo). La eliminación, de este modo, vendría ser el equivalente literario a esa película, pero de un modo mucho más amplio. Un modo mucho más amplio porque con ella no solo se enfrenta a ese monstruo de gustos afrancesados, a ese metódico profesor de matemáticas que no dudó en reducir a la nada a centenares de miles de personas, sino porque también cierra sus propios años bajo el gobierno de Pol Pot.
En 1975, los jemeres rojos, guerrilla comunista, abandonan las montañas y se hacen con el poder en todo el país, llegando hasta la capital, Phnom Penh. En su ideal, el “nuevo pueblo” debe ser reeducado, convertido a los valores del antiguo pueblo (es decir, los campesinos, el pasado). Las ciudades se vacían y sus habitantes son reubicados en los pueblos, como una vuelta al campesinado. Toda forma de vida que se escape a eso es abolida, incluida la enseñanza. Rithy Pahn tiene trece años. Su padre ha ocupado un cargo importante en el anterior gobierno, y para él, para su madre, para sus hermanos y familia, comienza en viaje hacia ninguna parte (bueno, sí, hacia un lugar: la muerte), que les llevará de aquí para allá, hasta acabar con ellos, por el hambre, la enfermedad o la desesperación.
Rithy Panh sobrevive milagrosamente.
A partir de ese momento, su vida se convertirá en el enfrentamiento diario con aquella pesadilla y como enfrentarse a ella, en lo personal y en lo cinematográfico. La eliminación será eso, aquellos cuatro años de terror, de derivas, de viaje a través de los días,… Pero también será su relación, durante el rodaje de su documental, con el viejo Duch, encarcelado a la espera de juicio por un tribunal internacional, tras ser descubierto llevando otra vida bajo otra identidad, una relación que no deja de ser un silencioso ajuste de cuentas con la sinrazón, con el absurdo, un descenso a lo más bajo del ser humano, a la destrucción sistemática (“reducir a polvo”) del ser humano, del enemigo interior, del enemigo imaginado, en un país gobernado desde la nada por un gobierno invisible desde una ciudad despoblada.
La pregunta que subyace en el libro, sobre la que vuelve Rithy Panh una y otra vez, es cómo se puede llegar a eso (y también, cómo se puede puede sobrevivir a eso), una pregunta que se ha formulado día tras día desde entonces y a la que ha dedicado su cine (hasta en Gibier d’élevage, su última obra de ficción basada en Kenzaburo Oé, no dejan de resonar los ecos de su propia experiencia de esos años), una pregunta, unas preguntas que tienen la paciencia del que se sabe derrotado hace tiempo por la historia, y que formula una y otra vez, una y otra vez, a aquellos testigos, víctimas o verdugos, esperando ensoñadoramente a que le verdad surja, se revele, sea capaz de escapar a las interminables capas de tierra bajo las que se ha intentado ocultar, reconstruir aquello que se ha intentado borrar: la memoria, ese material intangible, maleable. Tras la mirada clara de Duch, tras su risa, tras ese viejecito inofensivo, tras sus silencios y sus nuevos dioses, tras sus poemas en francés, se esconde la sinrazón, la estupidez humana, que es tanta…