Praga, ciudad de cien rostros (Huso) Traducción de Kepa Uharte y Jorge Seca Gil | por Juan Jiménez García

Praga, ciudad de cien rostros

Tal vez Praga mágica, de Angelo Maria Ripellino, fuese mi primer encuentro con la ciudad. Algo me dice que esto no es así y que es un simple acomodo más de mi memoria. Cierto. Pero a mí me va bien como punto de partida de una relación de amor incondicional que ya ha atravesado varias décadas. Lo cierto es que el escritor italiano fijaba en sus páginas dos retratos imborrables, la ciudad rodolfina y la ciudad de Kafka, pero no es menos cierto que la ciudad se aproxima más al título de esta antología, Praga, ciudad de cien rostros, de los que aquello serían solo dos. Con cada lectura, en mi cabeza seguían acumulándose más y más estratos. Pero no solo. Las películas de la Nova Vlná, el nuevo cine checo, y, desde luego mi propia experiencia de la ciudad. Todo como capas y capas de mezcla que podríamos calificar de confusa, pero que, al contrario (y ese será un misterio más) dan un relato extrañamente homogéneo. Como si la ciudad fuera todo eso, lo que la afirma y lo que la contradice. Así, los relatos aquí recogidos por Radim Kopáč y Jakub Šofar, se suceden cronológicamente para ir trazando un retrato posible, cambiante, vivo, de una ciudad misterio. Tal vez porque, como decía Jaroslav Seifert, Praga esté en el sueño. En los nuestros. En el suyo propio.

Los veinticinco relatos que forman esta antología empiezan con Josef Kajetán Tyl, un autor nacido a principios del XIX, y acaban con la escritora Hana Pachtová, nacida en 1971. Casualidades. Clásicos, modernos, escritores conocidos para el lector de este país, escritores completamente desconocidos, escritores lamentablemente olvidados. La calidad del conjunto es más que elevada y hay más de una agradable sorpresa escondida entre sus páginas. Sin duda, para mí, la mayor de ellas es encontrar un extenso relato de Jan Zábrana. De Zábrana Melusina había publicado en nuestro país Toda una vida, selección de su diario, retrato de una vida atormentada, de una rabia contenida con dificultad, que no nos dejaba ser indiferentes, ni con su vida ni con un relato de nuestra relación con la Historia. Una barbaridad de dinero es, tal vez, el relato más amargo, de una felicidad triste y frágil. Bohumil Hrabal queda justo en el medio y ese es su lugar preciso, porque es él quien establece una tenue frontera, un antes y un después. Su ¿Quiere ver la Praga dorada? es también un cambio del paisaje y de las preocupaciones y una invitación al recogimiento de las tabernas y a las vidas que pasan, sin más.

Antes de él tenemos clásicos absolutos, como Jan Neruda, a quién un paseo por el Puente Carlos y el Clementinum le llevan a una desfavorable crítica de los Jesuitas. Gustav Meyrink, sin golem, cuyo título ya nos dice su intención: Praga. Una descripción optimista de la ciudad en cuatro cuadros. Jaroslav Hašek y su humor antisistema, sobre los problemas burocráticos de rescatar a los suicidas del Puente Carlos. La crónica del más grande en este campo: Egon Erwin Kisch, sobre la taberna más antigua de la ciudad o el relato de corte policiaco de Karel Čapek, en El cupón. El hombre muelle (que nos lleva de modo inevitable hasta Jiří Trnka) visto por Jan Weiss. Milena Jesenská (sin Kafka) o lo inesperado en la Historia checa. Aquel que en la muerte aún no había ni pensado, František Hrubín, que escribía en prosa como escribía su poesía, y aquí está El cine Minuta, por las pocas dudas que podamos tener.

Después de él, escritores menos reconocibles (porque no han sido traducidos), pero no menos interesantes. Al contrario: nos dejan con ganas de poder acceder a su obra. ¿Las excepciones? Josef Škvorecký (que tuvo su momento en el devenir editorial), un relato sobre la confusión de lenguas entre una checa y un soldado americano, con un fondo amargo que apenas logra ocultar su buen humor y Miloš Urban, del que escribí no hace mucho, precisamente con ocasión de la publicación de su último libro por Huso. Aquí con una visión escéptica sobre la magia de Praga, de irónico final. Lo interesante es como el resto de autores (y también estos) trazan precisamente ese relato de una Praga que vive entre su pasado continuo y un presente melancólico. Roman Ráz y el Misterio en el Puente de Carlos (que por algún entresijo de mi cabeza ahora me recuerda a Joseph Roth y su Leyenda del Santo bebedor), o esa aproximación al universo de Jan Neruda que es Cuento de Mala Strana, de Edgard Durka.

Y más, mucho más, abandonando este aire de inventario, que siempre es demasiado insuficiente. Está Praga y toda esas visiones que al final, acabarán confundidas en nuestra cabeza con otras muchas, propias y ajenas, ciertas o inciertas, ensoñaciones o no. Y al final, lo que debía ser el retrato de una ciudad, acaba por ser también el de la vitalidad de una narrativa a través de dos siglos de escritura, con todo lo que tiene además de selección parcial, fuera de la que se quedan tantos autores, tantas obras visiones de hombres y calles, de personajes habitando un mundo que pudo ser y que, sin duda, de alguna manera también es el mío, praguense frustrado pero lector feliz.


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