El sueño de una cosa, de Pier Paolo Pasolini (Mardulce)  Traducción de Guillermo Piro | por Juan Jiménez García

Pier Paolo Pasolini | El sueño de una cosa

El sueño de una cosa no se publicó hasta 1962 pero es uno de los primeros libros de Pier Paolo Pasolini. De ese Pasolini friulano, que escribía poesía dialectal, allá, en Casarsa. Allí, en casa, con la madre. La guerra acababa apenas de terminar, Italia se enfrentaba a sus fantasmas, que eran los del mundo de entonces (el comunismo o buscar nuevas formas para viejas cosas, utilizando algo tan antiguo como el miedo o la esperanza), y el escritor italiano estaba en todo, hambriento. Tantas cosas perdidas (el hermano, el padre), tantas cosas por encontrar. Así, la novela no deja de ser una rareza que contiene todas las cosas de su tiempo y algunas de su obra, pero poco de aquello con lo que lo relacionamos (quizás): los ragazzi di vita, la homosexualidad, la periferia romana. La homosexualidad no le era ajena (ahí están, también de aquella época, finalmente incompletos, finalmente publicados póstumamente, Amado mío y Actos impuros), lo otro sí. Todavía. Pero en este El sueño de una cosa, encontramos algo, como un presagio, una intuición, como una versión rural, igualmente pobre, más amable, no menos política pero más contemplativa, de todo aquello que vendrá.

Pese a ser una novela hay un cierto tono de relatos unidos por unos personajes y una historia común, que se alarga en el tiempo. Estamos en 1948 y llegará hasta 1949, a través de las historias de algunos muchachos, en aquel Friuli norteño, fronterizo. Un grupo de amigos intentan sobrevivir (ellos y sus familias) en esos años de la posguerra, entre la idea del comunismo y los bailes, entre la política y las mujeres, entre patronos y trabajadores. En ellos está toda la vitalidad de los muchachos de sus futuras borgate, pero estos aún buscan un futuro que a los otros les resulta inimaginable y ni tan siquiera deseable. Una vida tranquila, mujer, hijos, comida. Y pensar que eso es lo justo y que, como es justo, debería ser así. Cuando no lo encuentran en sus pueblos, incluso deciden pasar clandestinamente a Yugoslavia, aquella Yugoslavia de Tito, que como país comunista, debía ser un pequeño paraíso para desgraciados como ellos. Pero no, no es tal, y Pasolini, comunista él mismo (con sus dudas, pero comunista), nos viene a decir que en Yugoslavia son igual de pobres pero ni tan siquiera se pueden permitir el comer.

Como si recorriera todas las posibilidades que le quedaban a un campesino (de obra o espíritu) de escapar a ese destino, también nos cuenta una historia de emigración a Suiza, que no es mucho mejor, aunque allí se coma, eso sí. Queda volver a casa, a cultivar esas tierras que no les pertenecen, a tratar con los terratenientes, a esperar la eficacia de unas leyes que no funcionan, a pensar en una revolución allí (aunque la palabra revolución sea muy fuerte para aquel que lucha, después de todo, por comer, no necesariamente por cambiar el mundo, un mundo siempre lejano). Sindicatos, protestas, policía, patronos, ejército. Y luego: familia, comida, mujeres, muerte. Trabajo, sobrevivir. Podríamos pensar que Pasolini nos da algún rayo de esperanza con esos jóvenes y esas jóvenes, con el amor. No. Algo, tampoco mucho. Uno piensa que aquí, en el pueblo, tal vez puedan ser algo, construir una vida. Algo que no conseguirán sus equivalentes urbanos, en unas ciudades arrasadas y no solo por las bombas y no solo después de la guerra. Tal vez, la única diferencia sea la esperanza. Esa esperanza sin la que no pueden plantarse olivos, que decía Sciascia.

Con esta obra, anterior a todas sus inquietudes, Pier Paolo Pasolini en realidad se instalaba próximo a la literatura de aquellos años, la literatura de Cesare Pavese, entre otros. Una literatura no neorrealista, de una manera cinematográfica, si no de una nueva realidad. Una nueva realidad no desoladora (por mucho que esté ahí) si no una especie de continuidad con la guerra, la destrucción, el caos, el hambre. Una literatura de posguerra, plenamente, de deriva. La deriva de unos personajes que intentan encontrar su lugar en ese nuevo mundo, un mundo que no ha cambiado lo suficiente. Sin en Pavese estaba la melancolía que da el regreso, en Pasolini encontramos la voluntad de ser. Frente al volver a un mundo que ya no existe, estos  jóvenes, vigorosos, marchan hacia otro que está por construirse y que incluso piensan que pueden construir según sus sueños. El sueño de algo.


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