Céline, de Philippe Sollers (Paradiso) Traducción de Hugo Savino | por Juan Jiménez García

Philippe Sollers | Céline

La presencia inquietante de Louis-Ferdinand Céline ha sido una constante inevitable durante todos estos años. Todos esos años son un centenar. Un centenar, miles, un millón de vueltas y revueltas que giran sobre un solo punto, del que parten tornados y cataclismos varios. Si hay otros mundos tras la muerte, el escritor francés debe estar riéndose muy fuerte desde aquel infierno que le haya correspondido. Podríamos decir que es un caso francés, pero lo cierto es que ese caso francés podría ser un anticipo (¡y ni tan siquiera!) de cosas como la cultura de cancelación, otro de esos términos que se han normalizado por puro agotamiento de los demás. Porque debe haber, hay, unos demás, en esta uniformidad que ni tan siquiera ya nos venden: viene de serie. Entendámonos. No nos vamos a poner a defender aquí lo indefendible de Céline, como insiste Philippe Sollers. Pero ese es el gran triunfo de los tiempos modernos y también de los pasados, para qué nos vamos a engañar: convencernos de que es ahí donde tenemos que mirar y de que, más allá de eso, no hay nada más. Nada en qué pensar, nada que discutir, nada que cuestionar. Sollers lo sabe bien. Céline es alguien a quién ha seguido durante largo tiempo, al que no solo le ha dedicado su atención, cuando lo fácil sería mirar para otro lado o seguir circulando, sino que sobre él que ha hecho una amplia labor de divulgación, cuando lo que nos piden es que lo olvidemos. 

La aparición de los últimos inéditos, en una rocambolesca historia (que aún se va volviendo más rocambolesca por momentos), ha vuelto a traernos a este cadáver a los postres. Y, como tantas veces, hablamos tanto del escritor que nos olvidamos de que sus libros están ahí, como tantos otros, perdidos en el caos del mundo editorial, convertidos en lejanos recuerdos, cuando no en libros agotados. El hombre se impuso al escritor (eso sí que le horrorizaría), porque es más fácil cotorrear que leer. Siempre. El caso es que este Céline, suerte de reunión de textos sobre el escritor francés, escritos a lo largo de los años y en los más variados espacios por Sollers, son una buena ocasión de iluminar, tenue pero firmemente, zonas oscuras. Esas mismas zonas oscuras de siempre. Hay que decir (y lo dice) que en toda esta historia nos encontramos con algo que está ahí presente pero irreconocible y que el centenario del escritor trajo a un primerísimo plano: el sentimiento de culpa de los franceses frente a un periodo de su historia. No sé si sentimiento de culpa sería la palabra correcta, porque lo correcto sería pensar que lo que no se ve no existe, y que, si no miras hacia esos años, no hay nada que ver. Lo cierto es que Céline fue un digno representante del pueblo francés en aquellos años, y, sin duda, una de las mayores cosas a reprocharle es que acabada la guerra no se pegase un tiro. Y ya que no se lo pegó, no haberlo podido juzgar y quitado del medio. Y no solo eso, sino que, como buen bocazas, Céline no se callaba. 

Y es que ni tan siquiera era una cuestión de que no se estaba callado, sino que él escribía. ¡Y qué libros! En opinión de Sollers, ese es el primer equívoco. Miramos embelesados hacia el Viaje al fin de la noche porque es su libro que nos resulta más cómodo, más inocente aun en su furor, cuando realmente lo mejor de su obra vino tras la guerra. E incluso durante la guerra. Porque Mea culpa (que se cita menos porque ahí su rabia iba dirigida contra el comunismo) o los panfletos pueden ser todo lo terribles que sean (y eso nadie lo cuestiona) pero están extraordinariamente escritos. Y, por las dudas, se vendieron abundantemente. Demasiado abundantemente para reconocerlo. Sollers hace una curiosa afirmación. Hay que ver a Céline (que, por otra parte, es como se veía él mismo) como a un niño inocente en un mundo culpable. Por la musiquilla del escritor desfila todo el horror del mundo y un pacifismo exacerbado que no duda en buscar culpables en los sitios equivocados y soluciones en otros lugares no menos equivocados, pero, podríamos decir, la intención es buena, con resultados catastróficos. Lo terrible, lo que se le puede reprochar, es haber concentrado en su escritura todo el horror del mundo que le rodeaba (y que también, evidentemente, formaba parte suya). Céline, como indica Sollers, tal vez no esté ahí para pensar y, después de todo, lo que le interesa es ese trance bajo el que discurre su escritura, la musiquilla. Esa elaborada reconstrucción de la oralidad. Y si hay que reconocerle algo a Céline (y dice Sollers que puede llevarnos años y siglos) es la “restitución emotiva interna”. Y nos llevará todo este tiempo porque primero habría que liberarlo de sus cadenas, cosa que no parecemos estar dispuestos a hacer y menos en estos tiempos tan favorables a la justicia del hombre a pie, del hombre de la calle, de la marabunta. 

Es endiabladamente difícil asumir que no somos inocentes. Nunca. Pero siempre podemos encontrar un Céline u otra para trasladar nuestras culpas y rencores. Simplificar la cuestión, hacerla un juego de niños, de buenos y malos, de quedarnos con el hombre o con el escritor, perdernos en pamplinas, escondernos bajo el ruido. Se puede estar cómodo entre todo ese ruido. Un día de estos aparecerá Guerra, su último inédito. Y no lo hará por el Céline escritor que convulsionó la escritura de su tiempo y la de tiempos posteriores. Lo hará por las razones de ahora, es decir, ninguna más allá de lo económico o de las discusiones de portería. El escritor volverá a estar al medio, no acabará bien, la muerte no le librará de nada. Y ese sería un buen momento para releer este librito de Philippe Sollers, que ya tiene un tiempo a su espalda, pero que aguanta bien, porque no hemos ido muy lejos desde entonces (ni desde antes de entonces). Pero quién necesita la lectura, quién necesita a los artistas. Tadeusz Kantor decía: Los verdaderos artistas revientan siempre. Nada más que decir. 


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.