La mierda arde, de Petr Šabach (Huso) Traducción de Kepa Uharte | por Juan Jiménez García
Hay en la literatura checa (desde los tiempos del deshielo, tiempo de sueños que acabó bajo los tanques “populares”) una cierta necesidad de contar. De contarse uno mismo, de contar a los demás. De escribir sobre el tiempo pasado, pero siempre presente. De todo aquello que fue y que no podía ser escrito, entonces. Si los escritores (y directores de cine) de la nueva ola de los años sesenta se instalaron en buena medida alrededor de Bohumil Hrabal, los que vendrían después de la revolución de terciopelo ya estaban un poco más allá, no mucho más, pero algo más allá. La diferencia es que los primeros había vivido en la esperanza de otra cosa, mientras que aquellos otros, los escritores que aparecieron en los años noventa, lo habían hecho en la desilusión. Habían atravesado el frío invierno y el absurdo de la vida bajo ese nuevo comunismo tutelado por la Unión Soviética.
En esa línea, por hablar de escritores que han llegado a nuestro país, podrían estar Jáchym Topol, Jiří Kratochvil y, ahora, Petr Šabach, pero también muchos de los cineastas que hace un par de décadas comenzaron tímidamente a hacer cine, a poner en imágenes la experiencia colectiva de los últimos veinte años. Ya no se podía escribir igual que Bohumil Hrabal, ya no se podía escribir igual que Milan Kundera, y tampoco se podía hacer un cine similar a la Nova Vlna (aunque muchos seguían en activo, unos sin lograr publicar, otros en el exilio, otros intentando hacer lo que podían de la manera que se les permitía).
La mierda arde, ahora publicado por Husa en traducción de Kepa Uharte, es un buena aproximación a todo esto desde el instante en el que todo está recogido en ella. La época, el tono, y también esa dualidad del cine y la literatura (sería llevada al cine como Pelísky y Pupendo, ambas dirigidas por Jan Hrebejk). Integrada por tres relatos, los dos primeros son estupendos apuntes para llegar al tercero. En La apuesta, dos viejos en una cervecería, discuten sobre todo, desde el tamaño de un oso enfurecido hasta cuanto tiempo se puede resistir sin respirar, para llegar a la conclusión de que lo importante es hablar de algo, cualquier cosa, como aquellos palabristas de Hrabal, con los que comparten su interés por examinar el mundo entre cerveza y cerveza. En el segundo, Bellevue, una niña aspira a convertirse en hombre, lo cual le parece mucho más práctico que su condición de mujer. Solo hay que ver el mundo que le rodea, aunque el mundo que le rodea, bien visto, tal vez no llegue a justificar tan importante decisión.
Pero La mierda arde es fundamentalmente Agua con zumo, el tercero de los relatos, una novela en sí mismo. Adoptando distintas voces (la del narrador-escritor, la del protagonista-escritor y la de la niña-mujer del escritor), Šabach traza un maravilloso retrato de aquellos años nada maravillosos, pero en los que uno podía estar tan preocupado por las mujeres (o los hombres) que la Historia con hache mayúscula se quedaba en la cuneta, como un objeto abandonado (con el que se tropezaba frecuentemente). Desde la infancia a la madurez (o inmadurez, no sabría decir), seguimos las dudas, vacilaciones y esa cotidianidad de unos seres abocados a entenderse solo ratos, que se tocan de cuando en cuando y que sobreviven alimentados por una ternura de pobres, llenos de incógnitas.
Muchas dosis de ironía praguense son necesarias para alcanzar ese momento en el que lo terrible está en un rincón del armario y mientras vives mirando para otro lado, intentando despistar. Como el hermano del protagonista que se intenta suicidar en un horno eléctrico. O la confianza del padre en el progreso de las Repúblicas Populares, con cucharillas del café que se derriten o vasos irrompibles que se rompen. Como el título de aquella película, lo importante es el coraje cotidiano, algo muy checo. El sobreponerse desde ese humor a una existencia no exenta de nubes amenazadoras y el ruido parásito de las proclamas.
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