Manderley en venta y otros cuentos, de Patricia Esteban Erlés (Páginas de Espuma) | por Dara Scully

Patricia Esteban Erlés | Manderley en venta y otros cuentos

Una muchacha se mantiene erguida, quieta. Tiende hacia mí sus manos; en ellas, reconozco mis palmas, las líneas que las atraviesan, mis pequeños defectos. Observo su rostro mudo. Su palidez como de criatura muerta, helada y detenida en otro tiempo. La reconozco. Me reconozco. Me mira con la profundidad de mis ojos, el peso de mis propios gestos. Es y no es. Soy y no soy. ¿Quién eres? Le pregunto. Pero la muchacha se escabulle entre la bruma. Se aleja y mi paso me ancla al suelo; aunque lo deseo, no puedo alcanzarla. No me pertenece. No me pertenezco. Ella se va, o se queda y tal vez sea yo la que he desaparecido.

Hay una manada de fantasmas. De ocultaciones. Una hermana muerta que habla a través de la hermana viva. Su voz es afilada y dolorosa. Una voz brutal, cruel y sin embargo querida. La voz trae a nuestro mundo la muerte, o tal vez se lleve al suyo a quien está en la tierra. Un hombre es alcanzado por el cáncer. La enfermedad le devora la carne, el hueso, el hálito último. Sin embargo, su espíritu afila sus dientes, se agarra: sigue aquí, a costa de cualquiera. Ocupa un lugar que no le pertenece y destierra al vivo, al sano. Es y no es. ¿Era él, cuando bajaba del autobús, o ya era ella? ¿Es Virginia ella misma o la mujer que compra su casa después de su muerte? La ocultación nos turba. Estos seres que son y no son, que ocupan lugares sin violencia, espacios ocupados antes por otros. Sin ejercer una fuerza visible y, sin embargo, con toda la brutalidad de la suplantación. En el piso de al lado, una mujer sin rostro eleva su canto mudo y seduce a la familia. Todos abandonan la casa, a la madre; se invierten los espacios. Los pesos. Como un mundo que, imperceptiblemente, se diera la vuelta. Sin dejar un rastro visible de su transformación. Acomodándose al extrañamiento como si fuera su esencia natural. La madre que renuncia a la familia en favor de la mujer sin rostro. El bañador negro que ocupa un nuevo cuerpo como si fuera el antiguo. El cuerdo que, haciéndose pasar por loco, olvida definitivamente su cordura. Todos me tienden su mano. Yo, sin temor, la aferro. Permito que ocupen cada recodo de mi cuerpo, aunque con ello desaparezca.

He abierto la puerta de Manderley. He llamado a Rebecca, y el eco me ha devuelto voces desconocidas. Voces afiladas, hambrientas, voraces como pequeños fuegos que devoraran sus habitaciones. Cuartos que ocultan las palabras. Estos juegos malabares que te guían hacia la fatalidad. Hacia la bestia que se aniquila a sí misma o a la constatación de la locura. Y yo me deslizo entre sus sombras, duermo en las habitaciones, hago mía Manderley antes de que se desmorone. Consuelo al fantasma de la niña muerta mientras rehúso vestirme con su ajuar. Floto en la piscina de la ahogada. Siento en mi mano el peso exacto de la correa de Vania. El perro cuyo ladrido duerme ahora bajo tierra. La vida que se refleja en un espejo distorsionado. Y sin embargo, aquí estoy naturalmente cómoda, a pesar de todo. Como si en el margen hallara mi lugar. Como si también yo fuera muerta o loca o ausencia. Como si lo brutal se me acomodara.

Eso es, en realidad lo que me seduce del universo de Patricia Esteban Erlés. Que en él me reconozco. En su oscuridad un poco gótica, fantasmal, afiladísima. Celebro que sus palabras me sacudan. Que cada relato me tienda sus pequeñas pistas para que sea mi imaginación quien construya la imagen. Quien termine por dar voz a muertos y ausentes. Quien naturalice cada suplantación. Es mi voz, a través de su voz, la que valida estos mundos que se trastocan. Aquello que debería ser brutal se vuelve cotidiano. Nos acaricia. Como quien ve una película de terror porque, en el fondo, encuentra hilos a los que aferrarse. Un consuelo ambiguo. La belleza de lo que nos sacude y nos aterroriza. Así me siento al leer estas palabras. La voz personalísima de Patricia Esteban Erlés. Su universo que, como Rebecca, se expande hasta poseer cada pequeño lugar de Manderley.


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