El signo de los tiempos, de Oda Sakunosuke (Satori) Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés | por Juan Jiménez García

Oda Sakunosuke | El signo de los tiempos

Un escritor decadente. Así es como se llamaba a escritores como Oda Sakunosuke, Dazai Osamu o Sakaguchi Ango. Buraiha. Y él se lo tomaba con humor (solo hay que leer, precisamente, el relato que da nombre a esta selección, El signo de los tiempos, en el que el protagonista es el propio escritor y su búsqueda de un argumento sobre el que escribir). Estamos en el Japón de posguerra y ya sabemos cómo funciona esto. Se puede vivir en la derrota, se puede vivir entre escombros (físicos y morales), puede haberse desmoronado todo, un mundo, una manera de entenderlo, pero contarlo es algo de mal gusto. En Europa tuvimos las discusiones del neorrealismo y ese reproche de contar la miseria. En tales circunstancias, ¿qué distingue a un escritor realista de un escritor decadente? Pocas cosas. Seguramente ninguna. Decadentista, que no miserabilista. Como aquellos escritores de la literatura de ruinas alemanes, al final es una cuestión ética. Y, desde luego, también literaria. En los relatos de El signo de los tiempos podemos encontrar todo esto. Un retrato de la época a través de los perdedores de la Historia, que de un modo u otro lo son la inmensa mayoría, incluso aquellos que creyeron ganar. Ni tan siquiera es una cuestión de resistirse al destino (algo presente en no pocos de los relatos). Luchas eternas, como la de Choko y Ryuchiki en Viva el matrimonio, empeñados en sobrevivir ella a los breves sueños de él, al matrimonio de él, a la desidia de él, él a sí mismo, a su inconsciencia. O Narao, huyendo incansablemente de los demás en Seis Venus blancas. Una búsqueda de una independencia imposible y un buscarse la vida eternizado por la miseria general, aunque nunca encontremos, como en ningún relato del escritor japonés, un regodeo con esa derrota tras derrota. 

La única victoria posible es ser. Vivir, seguir el discurrir de los días y buscar una identidad propia tras esa pérdida colectiva de toda una sociedad. Una sociedad en la que todos los valores se han vuelto dudosos. Una sociedad agotada, cansada. Oda Sakunosuke traza su retrato, pero no solo.  Como destaca Miguel Sardegna en su prólogo, también hay una cuestión geográfica, cartográfica incluso. Una minuciosa recreación de los lugares, hasta el punto de convertirse incluso en el elemento vertebrador del relato, como en La ciudad de los árboles, lo cual nos llevaría a ese realismo que señalaba, parte esencial del que el decadentismo sería solo una anécdota o una acusación que pretende relativizar lo existente. O en Ad Balloon, recorrido sentimental a través de la memoria, pero también de esos lugares físicos, recordados o presentes, que se materializan, que se vuelven tangibles, como una necesidad. Y entonces, como el protagonista de Carrera de caballos, obsesionado por estas, por apostar al número uno, aunque sean perdedores, entendemos que vivir es apostar por estar vivo, aun llenos de decisiones y elecciones dudosas, como las que toman la mayor parte de los protagonistas. Aferrarse, aferrarse a algo, para detener una lenta caída, un lento pero inexorable descenso que tiene algo de destino. Un destino ni tan siquiera propio, sino colectivo. 

En el último relato, El signo de los tiempos, el protagonista es el propio escritor. Un relato irónico sobre el escribir, sobre qué es ser un escritor decadente, un marido entregado a la búsqueda de una historia que le dé, sino la fama, una manera de subsistir. Da vueltas alrededor de hechos comunes, de asesinatos y geishas modestas, hasta que se vuelve a encontrar con Yokobori, un pobre diablo que, de cuando en cuando, aparecer para sacarle algo de dinero, siempre lleno de esperanzas, como tantos otros. Y al final, todos esos sucesos aparecidos en la prensa, o todos esos sucesos que forman parte de nuestros días, se convierten no en un solo relato, sino en una manera de entender la escritura, como dar voz a los que se quedaron ahí, al borde del camino. De un camino que no saben muy bien hacia donde lleva ni cuál es la dirección correcta, pero que hay que recorrer, elegir, buscar. Sin hacerse demasiadas preguntas, porque en aquel mundo ya no había certezas.


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