Hay en la literatura rumana una cierta espesura, una forma de escribir la Historia –su Historia- que supera cualquier barrera folclórica; al menos, vista desde este lado de Europa. Quizá sea cuestión de envidia, por la facilidad con la que, mezclando posmodernismo y acervo cultural propio, sus autores son capaces de rehabilitar géneros perdidos en el polvo del tiempo. O quizá porque, como sucedía con El levante, de Mircea Cartarescu, escriben con esa extraña familiaridad sobre una patria libresca que nos pertenece. Sobre la que nunca dejamos de fabular. La vida de Kostas Venetis, la obra de Octavian Soviany que publica la editorial 2 Bigotes, incide en todos estos aspectos. Suerte de visión negra de la novela picaresca, el libro propone, a través de las peripecias de su protagonista, un recorrido por el éxtasis y el derrumbe de la Europa del Siglo XIX.
Kostas Venetis podría ser un Casanova de arrabal, si en vez de Venecia su tierra natal hubiese sido la Grecia sucia que describe Soviany. Con tantas palabras, tantas descripciones, que por fuerza el relato de Venetis nos traslada una visión tridimensional del lugar; una mirada desde las entrañas, los cuerpos, los sexos y las emociones más bastas. Desde lo salvaje. Porque la vida itinerante de Venetis, catapultado de un lugar a otro del continente, se asemeja a un aprendizaje del dolor, que es lo mismo que decir de la vida. O del deseo. O del amor bruto y feroz, que tan pronto estalla en las nalgas de una mujer como en la boca del más atrevido de los amantes casuales de Kostas. Porque, ante todo, Soviany refleja Europa como un catálogo voluptuoso de deseos y transgresiones, de represión y reacción. De individuos perpetuamente señalados en su doble moral y de libertinos, como el propio personaje central, dispuestos a escurrirse entre los lugares comunes aceptados (y temidos) por la sociedad para reventarlos desde dentro. En esas páginas consagradas a los cuerpos, al ardor, el semen y el placer secreto que el anciano protagonista susurra al oído de su último (¿único?) amante.
La alemana asiste, obligado por su compromiso con el amante moribundo, a un desfile de la memoria de otros tiempos. Del esplendor en la putrefacción, en esa Europa de comunas y revoluciones que lavaba con sangre y sudor los buenos presagios lanzados durante la Ilustración. Una Europa tan negra y estrecha como algunos de los agujeros que Venetis penetra sin pudor. Sin problema. Sin dejarse llevar por los excesos moralizantes, apuntando en cada encuentro y desencuentro eso que la novela de Soviany nunca de deja de esgrimir como argumento principal: una libertad, humana, que se abre camino por encima de los procesos transformadores de la Historia. Y que hace de su protagonista, más que un icono, un pillo al que las lecciones vitales modelan en pos de la liberación. Por encima de los diferentes estratos de poder que gobiernan la sociedad. Por debajo, en secreto, sin complejos, de los tabúes que las personas nos damos para tener un motivo para transgredir las buenas costumbres.
Tal vez La vida de Kostas Venetis sea pariente (por la vía posmoderna) del Decamerón, de las enseñanzas sadianas o de la vida de Casanova en clave homosexual. En breve, de todos aquellos textos empeñados en vitorear y proclamar como divisa de la Modernidad la libertad del individuo. No en vano, Soviany nunca deja de repartir la acción entre escenarios fétidos y personajes decrépitos (léase La coneja o el infante Mihalache), entre ciudades que huelen a sebo, como Estambul, a mierda de rata (Viena) o a nicho, como la Venecia de sangre negra y olor a moho. Y, sin embargo, qué extraña vitalidad embarga a sus páginas, a los pocos pero extensísimos capítulos que componen el libro. Qué enorme satisfacción desprende este juego metaficcional en torno a la Historia de un siglo que no vivimos, pero cuyos vínculos parecen todavía presentes en nuestro tiempo. Si, como Sherezade, contar historias resulta el único mecanismo efectivo para mantener con vida la memoria (de la propia vida), la de Kostas Venetis es, hasta la última palabra recogida en su narración por La Alemana, el testimonio de esa época exuberante, cruel y voraz, presa de la vergüenza y el anhelo de libertad, del sexo brusco, frontal y sin embargo delicado, y de la fascinación por el exceso. Peripecias para recoger los restos de una vida apasionante.
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