Obedece a la morsa, de David Báez, Adriano Fortarezza, Manuel Jorques, Eduardo A. Vidal (Stirner) | por Juan Jiménez García
Estos nuevos tiempos poéticos exigían su propia novela. Tiempos poéticos en redes sociales, nuevos combates en el barro, unos contra otros o, más bien, nadie contra nadie. Hemos llevado tan lejos este mundo de fantasmas que caben dudas más que razonables de la existencia de las personas y cosas, como ha venido a demostrar algún último acontecimiento, escarbando más profundo en el pozo de la miseria humana, que no parece tener un final. Tal vez por eso, que una novela sobre poetuiteros (casi me sale poetitireteros), debía ser escrita a ocho manos, en una superposición de voces que se suceden (sin contradicción), y debía ser abordada desde el humor de la parodia y la crónica negra. Y es que en Obedece a la morsa, las encrucijadas del mundo editorial frente a los nuevos tiempos, se confunden con el mundo de las mafias y las drogas y hasta con los terroristas islámicos. Y como la conexión es Barcelona – Alicante, ida y vuelta, no podían faltar las derivas del independentismo.
La historia es más o menos así. La familia Lewitz tiene una editorial de cierto prestigio, A Contrapelo, que sufre problemas económicos. Al cuñado de Roberto Lewitz, patriarca, le va mejor. Ha montado una editorial, Frida, que publica con éxito poetas sacados de las redes sociales, con miles de seguidores y, por tanto, tal vez de compradores (dividir por mucho). La solución de sus problemas pasa por hacer lo mismo, y el reto está en conseguir hacerse con Paranoicaconreflex, estrella destacada de esa red. A ello se aplica su desangelado hijo, Ariel, y las dos hijas gemelas (pero con cierta disparidad de caracteres), Roma y Azriela, con la complicidad del cuñado, Efraín. El cuñado es todo un personaje, sin mucha credibilidad, que se ocupa de conseguir el dinero necesario para la operación literaria. Y ahí, en el enrevesamiento de los caminos, aparecerán los colombianos y las drogas, que llevarán hasta a España a Crespo loco, un tipo con recursos, tanto para las mujeres como para los asesinatos y arreglos varios. A todo ello se sumarán los gitanos de La Sima, patriarca mediante, y su figura en el mundo del sadomasoquismo gay, Tonelada, futuro pastor evangélico. Y la Guardia Civil. Y los Mossos. Y el independentismo, con ambiciosos planes culturales. Y un poeta reconvertido en terrorista. Y grupúsculos de más poetuiteros y poetuiteras. Además de un albanés, italianos, timbas y pizzas. Y sexo, drogas y musiquilla.
Todo esto podría parecer un disparate. Pero un disparate demasiado real. Como las ligeras alteraciones de los nombres y referencias, que no logran tapar apenas nada (ni se busca, obviamente), el disparate no logra esconder la realidad. Y lo importante no es que las cosas sean ciertas o no, sino posibles. Así, los destinos de toda esa multiplicidad de personajes van ligándose y desligándose, ahí, a lo largo de este viejo Mediterráneo, hasta encontrar su acomodo (esa es la palabra exacta). Una novela, pues, sobre las cosas de la vida, que diría Claude Sautet, igual de enamoradiza, pero más subida de revoluciones. Otro Piccoli. En la contraportada hablan de los bajos fondos y qué duda cabe que lo son todos. En esta historia cada cual tiene sus razones y todas son igualmente bajas. En esa confusión de mundos, se instalan las dudas de este un nuevo orden, que ya estaba ahí antes de pandemias bíblicas. David Báez, Adriano Fortarezza, Manuel Jorques y Eduardo A. Vidal construyen un vitalista (y detallista) relato del mundo de hoy en contraposición a uno de ayer que nos cuesta recordar. Hemos acabado por ser hijos de nuestro tiempo, vengamos de donde vengamos, enredados en este presente pegajoso. Otro logro: devolvernos una Barcelona sin turistas, charnega a lo Marsé. Quién sabe si restos de un naufragio.