Richard Parra | Los niños muertos

En muchas ocasiones se escucha, se escribe y se lee, que en los países latinoamericanos es donde emergen nuevas voces narrativas. Narrativas potentes, que miran de frente a los problemas que les afectan y que son descritos sin titubeos. Y que dichos problemas son los que los han configurado (y configuran) como individuos y escritores/escritoras. Nos referimos a esa generación que va desde el año 1975 hasta 1980. Así de primeras, y olvidándonos injustamente de otros tantos, podemos señalar a tres ejemplos: el boliviano Maximiliano Barrientos, el colombiano Juan Cárdenas y el peruano Richard Parra.

En el caso de Maximiliano Barrientos, nacido en 1979 autor de novelas y relatos, podemos señalar La desaparición del paisaje (2015) en donde aborda, entre otras cosas, la relación del protagonista con su entorno (país, familia, clase social, paisaje, etc.).

Sobre Juan Cárdenas (lo podemos encontrar también como Juan Sebastián Cárdenas), de 1978, podemos destacar Los estratos (2013), una novela en la que se cruzan muchas voces que trata de los espacios que se crean en la secuencia presenta-pasado-futuro.

Y, de los destacados, nos vamos a quedar con Richard Parra, gran estudioso de Inca Garcilaso de la Vega, nacido en 1976. Su obra, hasta el momento no es muy extensa. Consta de un conjunto de relatos titulado Contemplación del abismo (2011) publicado por Borrador Editores pero prácticamente imposible de encontrar; dos novelas cortas (o dos relatos largos): La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker, recogidos en un solo volumen en el año 2014 por la editorial Demipage; y Los niños muertos (2015), también en la misma editorial.

Lo que puede señalarse como punto central de este tipo de narrativa es la preocupación por la identidad, tanto individual como comunitaria. Y para ellos, el hablar de identidad, implica hablar de violencia, es decir, de política (o biopolítica). Es evidente que los ensayos de geopolítica arrojan luz sobre la situación actual del mundo y, en consecuencia, del pasado de los distintos territorios. Pero es bien cierto (y modestamente así lo reivindicamos) que la literatura es una especie de ontología del presente (de ese presente-pasado-futuro que señalábamos con Cárdenas), por lo que estas obras literarias también sirven como un análisis bastante certero de la configuración sociopolítica de los territorios –reales o simbólicos- a los que hacen referencia.

La poética de Richard Parra ya nos sitúa de primeras en un territorio incómodo. Así comienza la novela Los niños muertos:

“Un carro derriba a Micaela mientras vende camisas escolares en la avenida Abancay. El conductor, un taxista borracho que se fuga, se la llevó de encuentro junto a cinco ambulantes más. Una vendedora de chicharrón resulta muerta. Los heridos quedan tumbados en la pista y los transeúntes se aglomeran alrededor. Transcurren quince minutos y todavía no llegan los bomberos. Sólo un guardia civil panzón que dice <<circulen, circulen>>”. (Los niños muertos, pág.13)

Lo primero con lo que nos encontramos es una descripción totalmente aséptica que no se permite ningún tipo de lujos. Es un ejemplo muy claro de su poética. Representa una herramienta y una necesidad para no caer en excesivas florituras. En esta novela encontramos varias voces y en cualquiera de ellas podemos hacer una lectura de la obra como un texto de aprendizaje. El papel del dolor, la impotencia y la injusticia como ejes vertebradores de la narración. En ella se reflejan varios problemas que marcan el desarrollo de los países y lo que se deriva de este concepto hasta cuestionarlo en su raíz misma.

La necesidad de hallar un punto fijo o semifijo desde el que se pueda comenzar a entender qué es el pasado y qué es eso que llaman progreso que lo destierra y lo vuelve como algo casi mítico, aunque no se sepa si los dioses eran bueno o malos. Un punto de confusión (y de ahí la necesidad del aprendizaje) que logra que lo esencial se vuelva algo extraño y más bien perceptible por lo sensorial en lugar de lo intelectual.

“[…] se le pasa la tristeza, pero a veces percibe en la memoria el olor a muerto”. (Los niños muertos, pág. 50).

Esta confusión es una manera de implantar de una forma más directa y hacer que parezca beneficiosa (y en consecuencia, disimular su agresividad) la visión unívoca de un tipo de vida que lo que busca es el implantar ciertos marcos socioeconómicos. Y se hará desde varios puntos.

El religioso:

“El cardenal despreciaba a los curas de la Teología de la Liberación que trabajan en la barriada porque, según escribió en su columna dominical del diario La Prensa, << venían envenenando al pueblo de contrabando el comunismo mezclado con la Palabra Sagrada” (Los niños muertos, pág. 59)

El cultural:

“Pero, como el desgraciado sabía leer y escribir, y era entenado en un Bernal de los antiguos, creo que de Simón Bernal, qué carajos, le tenían respeto o miedo o qué sé yo” (Los niños muertos, pág. 100)

El económico:

“Ya es hora de que entiendas de que nada es gratis en esta vida” (Los niños muertos, pág. 108)

Y se podrían seguir poniendo ejemplos. Mediante esta construcción, Richard Parra va construyendo una visión de cómo se establece un statu quo que va a justificar el concepto, señalado anteriormente, de progreso… Aunque implique lo que sea. Así se observa en La muerte de Enrique Lynch:

“La obra nos ha costado millones y sangre pero ha traído progreso”. (La pasión de Enrique Lynch, pág. 55)

De esta forma se justifican crímenes y se identifican criminales:

“No permitan que otra vez haya un golpe como el que hubo contra los civilistas. Sigan el ejemplo de los que resistieron. Qué bien que se levantaron y decapitaron a los usurpadores; qué bien se amotinaron en la ciudad. Así se defiende una democracia” (La pasión de Enrqiue Lynch, pág. 56)

La única manera de crear una estructura social basada en la desigualdad pero que utiliza argumentos falaces para hacer demagogia:

“Qué importa la pobreza de unos pocos, o la mía, por el beneficio nacional” (La pasión de Enrique Lynch, pág. 57)

En virtud de esta estructura social en la que, por supuesto, se establecen distintas clases sociales, se configura una visión de que todo el mundo tiene posibilidad de conseguir lo que se merece, pero que ya está viciada desde su base de desigualdad -es decir, del statu quo que se mencionaba líneas atrás- como se ve en Necrofucker. Así, la violencia es utilizada como medio político, ya sea para establecer un orden (el que se supone que debe de implantarse) o para disolver las posibles revueltas contrarias al poder dominante y crear caos dentro de las propias clases damnificadas. De esta forma, la violencia emerge desde dentro, ya sea de una manera más oculta o más explícita, pero que ya siempre está ahí, en el interior, como punto de arranque y de llegada.

Una de las herramientas más útiles para exponer la vida de estos personajes que tropiezan una y otra vez, es la utilización que maneja Parra de la jerga propia de los barrios, de forma que logra articular un amplio abanico de relaciones personales, sociales (políticas), violentas, afectivas, etc., con el fin de exponer una visión de la realidad; es decir, una manera de organizar y estructurar ese elemento fundamental para la compresión que se denomina identidad, implicando el presente, el pasado y el futuro.

Richard Parra está en proceso de construir una narrativa fuerte y solvente, que no se arruga ante nada. Se podría decir que esta valentía y dureza es la nota característica del universo de este interesante escritor.

Bibliografía utilizada:

– Barrientos, Maximiliano: La desaparición del paisaje, Cáceres, Editorial Periférica, 2015.
– Cárdenas, Juan: Los estratos, Cáceres, Editorial Periférica, 2013.
– Parra, Richard: La pasión de Enrique Lynch. Necrofucker, Madrid, Editorial Demipage, 2014.
– Parra, Richard: Los niños muertos, Madrid, Editorial Demipage, 2015.

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