Loca, de Nelly Arcan (Pepitas) Traducción de Natalia Fernández | por Juan Jiménez García
Nelly Arcan o la fugacidad. Tentado he estado de escribir frugalidad, palabra que no parece encajar mucho en su vida y obra, pero quién sabe, tal vez el instinto es algo más poderoso que la razón. Con Nelly Arcan parece que lo tenemos todo ganado (en estos tiempos superlativos) simplemente contando un poco su vida. La aparición de su libro Puta nos entregó a una escritora que se había prostituido y que contaba su vida sin muchos artificios. Una escritura contundente para una vida y unas decisiones personales contundentes. Tenía entonces veintisiete, veintiocho años, y si hacemos caso a su escritura (entre lo real y la ficción) esperaba suicidarse a los treinta años. Tardó un poco más. No mucho. A los treinta y seis se ahorcó. En realidad (es fácil de ver) siempre jugó con las cartas encima de la mesa. Con aquel libro llegaron los premios y el reconocimiento. En tanto que escritora y personaje. Cómo escapar a su atracción en tiempos tan necesitados de atracciones (y hablamos de hace quince, veinte años). El caso es que tres años después apareció Loca y la vida continuaba. Ella, aquel libro anterior, aquel pasado, este presente, el horizonte suicida y vivir entendido como el camino más corto hacia la muerte, no exento de esperanzas y sus correspondientes decepciones.
Loca es la historia de su relación con un periodista francés. Una larga carta dirigida a él. Un estudio sobre la entrega y qué queda cuando la pasión (es una palabra extraña para este libro… tal vez mejor pulsión) se acaba en uno pero no en otro. Tras eso, solo queda el abismo. En este largo lamento para una breve historia, Arcan se recorre una y otra vez buscando rastros e indicios, observando su cadáver desde fuera. Su muerte solo es una promesa que se hizo, pero la muerte física no es la única de las muertes posibles. Vuelve sobre él, sobre su afición a la ciberpornografía, su relación con las mujeres. Con las mujeres anteriores, las actuales, las próximas, las virtuales, las reales. Ella. En ambiente de música tecno, noches que no terminan, drogas, sexo y frustración. Tanta frustración. Todo ello en unos meses. Ascensión y caída. Vértigo y miedos. La escritura de Nelly Arcan es incómoda. ¿Pero cómo podemos sentirnos cómodos en esa letanía de la noche hacía el día? Porque sí, ese es el trayecto. La preferencia de una oscuridad intensa frente a una luz que revela demasiadas cosas, que encuentra los contornos frente a una indefinición acogedora. Ella y él solo existen mientras todo es noche. Solo entonces tiene sentido, son capaces de encontrarse.
Crónica de un último fracaso, inventario de esperanzas defraudadas (pero también de una muerte anunciada). Nelly Arcan se mueve sobre una capa de hielo quebradiza. La crónica de una sexualidad extrema a la que parece condenada por haber sido puta, las adiciones (a él, a las drogas), la permanente necesidad de poner un límite a su vida, los celos, las dudas, las infidelidades, la necesidad de algo más que nunca acaba de llegar (pero que olvidamos por algunos extraños momentos de algo parecido a la felicidad). Y juzgarla. Juzgarla desde su muerte. Someterse al juicio de los demás. Y entre toda esa oscuridad, hay algo. Había. Hubo.