El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cãrtãrescu (Impedimenta) Traducción de Marian Ochoa de Eribe | por Óscar Brox

Mircea Cãrtãrescu | El ojo castaño de nuestro amor

La dedicada tarea de edición llevada a cabo con la obra de Mircea Cãrtãrescu nos ha permitido indagar en las diferentes facetas de su escritura. Del erudito estudioso de la poesía transilvana al autor íntimo, del satirista que describe el costumbrismo rumano al autor simbolista capaz de pergeñar imágenes para construir otra realidad. De El levante a Lulu, de la ventana panorámica de su piso en la calle Stefan cel Mare a la visión de una Rumanía en ruinas en pleno apogeo de la dictadura de Ceaucescu. El ojo castaño de nuestro amor supone una especie de retrospectiva en la que se aúna lo biográfico, lo literario y lo social; en la que Cãrtãrescu reúne en un mismo cuerpo realidad y fantasía, familia y ficción, cultura y barbarie. O lo que es lo mismo, un pequeño atlas que abarca su infancia y adolescencia, a medida que la voz del escritor fragua un mundo propio a base de recortes y memorias del pasado.

De la infancia, Cãrtãrescu rescata un acercamiento sensible a ese primer mundo de alas de mariposa, marcado por las carencias y el asombro con el que cada pedacito de la realidad se aparecía ante sus ojos. En esos años de carestía destaca su recuerdo del mar; del color del mar, del transcurso del agua y de una isla sumergida en el tiempo. De la nostalgia por esa visión fulgurante de otro mundo, inaccesible para tantos, cuya desaparición alienta en el autor un sentimiento de melancolía. De fervor por el pasado y de tristeza por cómo se han modulado los sucesivos cambios sociales. De picaresca, como en su retrato de la llegada de los jeans a la cultura popular rumana, que narra con pulso tragicómico. De dolor, cuando evalúa la fallida revolución contra Ceaucescu, que liquidó al tirano pero no derribó un comunismo rancio. De distancia, la que interpone al extraer pequeños detalles biográficos sobre su familia y ese hermano gemelo, Víctor -como el protagonista de Lulu-, que morirá en una cama de hospital a los cinco años para devenir, a partir de ese momento, una presencia fantasmal en la vida del autor. Ese único ojo castaño que cifra el amor materno de Cãrtãrescu.

El ojo castaño de nuestro amor comprende vivencias y épocas, a las que Cãrtãrescu se enfrenta con el descaro de la primera persona, de colocarse siempre a la vanguardia sin miedo a recibir no pocos puñetazos en el rostro. De ahí, por ejemplo, el entusiasmo filológico con el que introduce en su escritura el acervo cultural rumano -y, de nuevo, volveríamos a la importancia de un poema en prosa como El levante– o con el que define una Bucarest para la que desea el mismo estatuto literario que el Dublín de Joyce o el Buenos Aires de Cortázar. El elogio del detalle, de ese relámpago en mitad de un puñado de páginas, que salva de la mediocridad a cualquier escrito, o la curiosidad con la que rastrea el estilo de autores como Nabokov (en Lolita) o Proust. La definición de Europa, como un territorio delimitado por las dimensiones de su cerebro, sin barreras ni (como reprochará a un editor alemán) especificidades asociadas al lugar de procedencia cultural. El triunfo de la escritura, de la poesía, de la conquista de unos metros, de unos versos, clásicos o posmodernos, tanto da, que calen lo suficiente en lo más hondo de nuestra intimidad.

De los tiempos en los que el Nescafé se introducía en la dieta rumana a aquellos otros, demasiado borrosos, que despiertan en Cãrtãrescu (o en Danilo Kîs) el gusto por las ruinas. Por concentrar su estilo en erigir una obra allí donde poco o nada queda. Una imagen, como una tela de araña, que capturase aquello para lo que ya casi no quedaban palabras que puedan abarcar toda su intensidad sentimental. El ojo castaño de nuestro amor, repaso retrospectivo de su tiempo, es la carta que Cãrtãrescu escribe para dejar constancia de que ha vivido. De su niñez a sus días en la mili, de su época como profesor de instituto (del que pensaba que nunca saldría) a su trayectoria literaria, de una Rumanía aplastada por el yugo visible del comunismo a esa otra aplastada por un yugo más bien invisible. De una mujer del pasado a una familia del presente. De la teta abundante de la madre a la vejez que yergue en su relación un sentimiento de bondad infinita. Vista así, la colección de textos de Cãrtãrescu ofrecen una visión integral de su obra y de sus inquietudes, pero sobre todo el mapa para acceder a ese lugar interior del que brota el estilo de El ruletista o de libros de relatos como Nostalgia y Las bellas extranjeras; en los que se marca a fuego la tenacidad, incluso la virulencia, con la que su autor se entrega para esculpir una imagen de su cultura propia.

Como señala en algún punto de la obra, El ojo castaño de nuestro amor es la historia de su Guermantes, de su Bloomsday, del color mar del Levante, del Danubio rojo, la ventana de Stefan cel Mare, el hermano muerto, la adolescencia, la paternidad, el deseo, el sexo, la vida, el comunismo, la posmodernidad y, por encima de todo, la escritura. Su escritura. Esa con la que ha delimitado, con el correr de los años, el diámetro de la cultura rumana. En la que el apellido Cãrtãrescu, al que dedica uno de los textos del libro, suena, más que a escritor anónimo, a titán transilvano empeñado en divulgar la belleza de esas pequeñas cosas con las que se construye la realidad. Bocanadas de una memoria personal, de una escritura íntima, de una pasión filológica. De un amor total por las letras.

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