K-Punk Vol. 3, de Mark Fisher (Caja negra editora) Traducción de Patricio Orellana | por Óscar Brox

Mark Fisher | K-Punk Vol. 3

Vienen a por nosotros. ¿Es que no ha sido suficiente con entregarles nuestra confianza y aceptar su abatimiento?  Estos días he leído las final lectures de Mark Fisher (publicadas por Repeater en Post-Capitalist Desire) y este último volumen de sus escritos reunidos. Y ahora me pregunto por dónde empezar. Lo haré por una de las conversaciones de Fisher con sus alumnos: ¿es la clase trabajadora reaccionaria? ¿Dónde tiene su origen este larguísimo proceso de deflación? El planteamiento inicial se sitúa en la América de Nixon, con una contracultura que luchaba no solo contra el establishment político, sino también contra el laboral (o contra la imagen del hombre blanco como punto de referencia al que asociar a los trabajadores). Que luchaba, asimismo, contra ese mantra o norma que se ha extendido década a década en la conciencia y que tan bien explica la dificultad de hacer frente al capitalismo: te cambiamos tu aburrimiento/ensimismamiento por tu seguridad. Pero, ¿qué seguridad es esa? La del bombardeo de estímulos, la vida a crédito y el pensamiento reducido a la conservación. Esto último, por cierto, algo verdaderamente paradójico cada vez que observamos la cantidad de zancadillas y trampas que conviene sortear para llevar a cabo las cosas sencillas de la vida.

Una de las ideas que más se repiten durante la lectura de Fisher consiste en la necesidad de liberar la imaginación política del constreñimiento del realismo capitalista. Aquí, en España, lo vemos cada vez que la derecha se concede el título de partido de los trabajadores y, peor aún, cada vez que la izquierda centrista reivindica a esa clase media que ni existe ni, de hecho, se la espera. O mucho peor aún, cuando tu compañero, que es tan blue collar como tú, que comienza su turno de trabajo cuando la burguesía aún no se ha quitado las legañas, te dice que aquí no estamos para pensar, sino para producir. O muchísimo peor aún, cuando tu sindicato, cada vez más cooptado por la empresa, te ofrece entradas o descuentos en vez de soluciones a tus problemas (esta, quizá, es una versión más perversa de la disyuntiva entre aburrimiento y seguridad).

No es de extrañar, pues, que Fisher tratase de neutralizar ese cansancio (y, en verdad, pocos críticos han sabido explicarlo mejor) buscando formas de imaginar, de inventar nuevos horizontes para el activismo cultural. Aquí, Foucault: “debemos producir algo que todavía no existe, y sobre lo que no podemos saber cómo y qué será”. Aquí también, Michael Hardt: “la producción humana autónoma de subjetividad, la producción humana de humanidad -un nuevo ver, un nuevo oír, un nuevo pensamiento, un nuevo amor”. Si lo que Foucault planteaba era algo así como pensar desde el afuera, Fisher lo detectaba en esa música, emanada de la contracultura, que le daba entidad: de la emergencia del Dub y Lee “Scratch” Perry al giro en el sonido de The Temptations en Psychedelic Schack, por citar solo un par de ejemplos. Y lo sintetizaba, asimismo, en una expresión maravillosa: la necesidad de llevar a cabo un hackeo metafísico. Por cierto, aunque sea póstumamente, a Fisher habría que reconocerle su perspicacia lectora; siempre mejora a los autores que trata, ya sean Marx o Marcuse, Jameson o Foucault, The Fall (el grupo) o Morrisey, reivindicando por el camino una forma de hacer crítica cultural más allá del (bostecemos) canon académico inmovilista y dogmático.

Comunismo ácido, obra inconclusa, forma el núcleo central de un libro repartido entre entrevistas (muchas de ellas centradas en conceptos como el realismo capitalista o la hauntología y los futuros perdidos), inéditos y textos de blog. Libro polémico, atravesado por las críticas hacia el socialismo inglés (tan decepcionante, o más, que el español) y hacia casi cualquier idea de establishment, ya sea académico, cultural o tuitero. No en vano, Fisher detectaba en ello la fuente de algunos de los problemas contemporáneos, principalmente, la incapacidad de hacer frente a un capitalismo reforzado. O de conseguir articular de nuevo una cultura a la contra. En sus textos, Fisher tiene palabras de defensa para Owen Jones y Russell Brand, a los que pone como ejemplos de esa otra izquierda que emerge entre críticas y continuas zancadillas. Vuelve, una y otra vez, sobre Burial como exponente musical de su idea de hauntología (sintoniza los flashazos taciturnos y apagados de espiritualidad que se pueden entrever fugazmente en lo cotidiano). Y combate la idea de ciudad como negocio, de vida como consumo o de futuro como cancelación. En cierto punto, leer a Fisher me trae a la cabeza al Pasolini más melancólico, aquel que regresó de su segundo viaje a América con la sensación de que ya no podía encontrar hierofanías, o momentos de lo sagrado, entre las subculturas con las que trabó contacto. Porque, constantemente, los textos de Fisher requieren, llaman, activan esa búsqueda. Solo que aquí, en vez de sagrado, podríamos hablar de espiritual, colectivo, o de ese hackeo metafísico. Y para eso vale tanto la entrevista a Russell Brand en uno de los principales programas de la televisión británica como el huracanado homenaje que Kanye West rindió al grime en la gala de los Brit Awards.

Hace poco leía a Franco “Bifo” Berardi, al cual Fisher también citaba en el libro, y me quedo con un interesante paralelismo que bien puede resumir las ideas de ambos teóricos: volver a plantear nuestra relación con el mundo. No como una cuestión ideológica, como como una agenda política, como el único gesto de acción que nos permita volver a pensar en lo impensable. Imaginar, que es precisamente la actividad que el capitalismo se ha dedicado a erosionar a conciencia. Dice Fisher: “Las poblaciones están resignadas a la tristeza del trabajo, aunque se les diga que la automatización está haciendo que sus trabajos desaparezcan. Debemos recuperar el optimismo de ese momento de los setenta, del mismo modo que debemos analizar cuidadosamente toda la maquinaria que desplegó el capital para transformar la confianza en abatimiento. Entender cómo funcionó este proceso de deflación de la conciencia es el primer paso para revertirlo”.


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