Barro más dulce que la miel, de Margo Rejmer (La Caja Books) Traducción de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek | por Juan Jiménez García

Margo Rejmer | Barro más dulce que la miel

Empezar a escribir sobre Margo Rejmer huyendo de los lugares comunes tiene su dificultad. Es periodista y es polaca, y entonces nos vemos obligados a citar a Ryszard Kapuściński y la escuela polaca del periodismo (aunque difícilmente seremos capaces de dar un solo nombre más), y sus libros recogen el testimonio de los perdedores de aquellas sociedades comunistas, que eran casi todos, y entonces nos vemos obligados a hablar de Svetlana Aleksiévich, sin olvidarnos de decir que fue Premio Nobel. Y con eso nos parece dicho casi todo aunque en realidad no hemos dicho mucho. Lo cierto es que Rejmer (que seguramente no negará nada de esto), intenta encontrar un lugar en el que instalarse. Ya en su Bucarest. Polvo y sangre (también editado por La Caja Books) trazaba una manera de hacer las cosas, una geografía propia. El pasado y el presente y esa transición de uno hacia el otro, la ciudad, la memoria. No era un libro testimonial y tampoco un reportaje al uso, sino más bien el intento de encontrar que fue de aquello en esto otro. En Barro más dulce que la miel. Voces de la Albania comunista, vuelve a instalarse en esas premisas, pero hay algo que marca una distancia insalvable y lo convierte en otra cosa: en Albania no existió ninguna transición. A la nada le sucedió la nada. Al barro el barro. Y de la miel no se supo.

Albania fue la Corea del Norte del comunismo europeo. Su nacimiento, muerte en vida y dudosa resurrección atravesaron todo el siglo pasado. Nacida de las cenizas del Imperio Otomano, las guerras balcánicas (las otras) le permitieron convertirse en una nación independiente. Eso duró hasta la invasión italiana en 1939, hasta que los nazis la ocuparon unos años después. Entonces llegó la liberación, que en realidad era la condena a cuarenta años de prisión. Enver Hoxha fue su carcelero y verdugo. Mientras estuvo el estalinismo, él fue estalinista, y con la llegada del deshielo, pensó que la solución era bajar aún más la temperatura. Sus vecinos, la Yugoslavia de Tito, le parecían unos traidores. Los soviéticos, otros. Le quedaba la China de Mao, pero hasta esta acabó por parecerle poca cosa. El verdadero comunismo era él y no necesitaba a nadie. Albania y sus tres millones de habitantes serían autosuficientes. Su locura se convirtió en el hambre y desolación de todo un pueblo (excepto los de siempre), en el que cualquier cosa te podía llevar a la prisión o la muerte. Solo debemos pensar en la propaganda que señalaba como maquetas las escasas imágenes que lograban llegar de otros mundos o la anécdota de confundir una lata de bebida con una bomba. Hoxha velaba por todos y la Sigurimi también.

El hombre es nada, menos que nada. Ya no es cuestión de sobrevivir (una palabra que a los albaneses ya les quedaba grande) sino de no morir. Margo Rejmer deja algunas pinceladas de la época, pero no hay mucho que contar. Lo que hay que contar lo contarán sus protagonistas. Una sucesión de terribles desgracias, de traiciones, de sufrimientos, de derrotas tras derrotas, de mentiras, de años de prisión, de muerte, de la miseria más absoluta, dentro de la más extraordinaria de las incomprensiones. Los albaneses vivían (y esto es lo más terrible) con la convicción de que no había nada más que eso. Quién no conoce nada más, poco puede echar de menos. Ninguna esperanza, ningún futuro por llegar. Un día, murió Enver Hoxha. Era 1985. Cuarenta años quedaron atrás. ¿Y entonces? La vida siguió. La muerte. Una ligera apertura, algunos cambios estéticos, más de lo mismo. Pasaron algunos años más. 1991. Los países de la Europa comunista caen uno tras otro. También Albania. De repente, la realidad. Las maquetas de los otros eran ciertas y vivir otra cosa. Bueno. ¿Y entonces? Entonces llegó la democracia y sí, estaba bien, pero, ¿y los culpables de todas aquellas atrocidades? ¿Los dirigentes, la policía secreta, los espías? Allí seguían. Conocemos bien la canción. Incluso la conocemos demasiado bien. Ninguna transición.

A diferencia de Bucarest. Polvo y sangre, aquí solo encontramos testimonios de las víctimas y de esa persistencia del pasado que no encuentra su redención. Incluso aún hay gente convencida de que entonces no se vivía tan mal, porque, después de todo, el pasado, por muy doloroso que sea, pasado está, y el presente sigue ahí, ante nuestros ojos, corrupto y miserable. Y oímos frases que nos recuerdan otras frases. Barro más dulce que la miel nos enfrenta no solo a nuestros miedos sino también nos pone ante la absoluta incomprensión de aquello que llamamos realidad. La Historia como una sucesión de derrotas del ser humano como ser humano.


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