El octavo día de la semana, de Marek Hłasko (Automática) Traducción de Fernando Otero Macías | por Juan Jiménez García
Ay, nuestra juventud. Qué difícil ser joven en la Polonia comunista de los años cincuenta… La guerra no había quedado lejos, la libertad era definitivamente un espejismo, aún no había dado tiempo a olvidarlo todo y a desconectarse el mundo exterior y Zbigniew Cybulskie estaba a punto de comenzar su carrera cinematográfica, para acabar convertido en un emblema precisamente de aquellas dificultades. Ni que decir tiene que se suicidó, algunos años después. Se podía ser existencialista y escuchar jazz y también hacer películas con jazz y protagonistas existencialistas. Y todo era tan equívoco que hasta te publicaban los libros en España para demostrar la vida de perros que llevaban los rojos (debidamente censurados, claro, porque lo pasaban mal, pero sexualmente eran demasiado activos). Y ahí encontramos a Marek Hłasko. Sin una infancia fácil y con una adolescencia tampoco agradable. Se puso a trabajar de camionero y de ahí surgiría su novela Próxima parada: Paraíso. Será en 1951 cuando publique sus primeros relatos y, con ello, comience su relación con la escritura. También con la bebida. Más obras, problemas con las autoridades, con la policía, París, Estados Unidos, la mujer de Nicholas Ray, el músico Krzysztof Komeda y un acantilado, Israel,… Muerte en Wiesbaden, Alemania. Sin saber muy bien de qué. Si a resultas de una lenta muerte por el alcohol o una rápida por alcohol y pastillas. Y así llega El octavo día de la semana.
Escritos entre 1954 y 1956 (es decir, entre sus veinte y veintidós años), el que da nombre al libro y el que lo cierra (El nudo corredizo), podrían considerarse dos novelas breves. No solo son importantes por su extensión, sino porque, en buena medida, son el punto de partida y el de llegada de ese primer encuentro con la escritura y, desde luego, con la vida. La suya propia. Porque es inevitable ver a Hłasko por todas partes, ya sea porque se convierte en el protagonista declarado (El amor no ha venido esta tarde) o porque todo nos recuerda a él. Podemos usar un montón de lugares comunes (e incluso puede que no erremos al hacerlo): las dudas existenciales, primeros amores, todo está perdido, todo en vano, callejones sin salida. Podemos pensar en el peso inevitable de los veinte años del escritor como joven desesperado. Pero hay algo que se nos escapa. Cómo si esos mecanismos, esos engranajes que movían el mundo juvenil literario y lo siguen moviendo (solo que la juventud se ha convertido en algo interminable), no acabasen de encajar en el caso del escritor polaco. Tiene que llegar el último relato, la brutalidad del último relato, su escritura a tumba abierta, hasta el último aliento, para entender que en Hłasko esas obsesiones comunes, esas mitologías de los años veinte, se convierten en otra cosa, en algo terminal. Un cuerpo a gran velocidad que arrasa todo a su paso hacia una destrucción final.
El octavo día de la semana, relato. La relación entre Agnieszka y Pietrek, pero también la de ella con su hermano Grzegorz, conformando una especie de triángulo celebrando una ceremonia de la confusión. La confusión de una juventud que nada busca porque tiene la certeza de que nada puede ser encontrado. Un tipo dice en el bar que en ese país solo se puede ser un borracho o un héroe. Entonces… Beben y celebran el futuro que no tendrán. Queda lo inmediato. Esa próxima cita en la que los dos se acostarán por primera vez, en casa de un amigo. El horizonte inmediato de sus deseos, que solo pueden ser físicos. Y aún así, todo está envuelto en malos presagios. Solo Agnieszka parece querer decidir, aunque en su caso decidir es solo otra forma de dejarse arrastrar por los días y sus deseos, más bien intuiciones… Como dijo mucho tiempo después Marco Ferreri, el futuro es mujer.
En los relatos de Marek Hłasko la realidad es algo que está detrás de las apariencias, aunque solo estuvieran en los primeros años de esas nuevas sociedades comunistas. En Una muchacha encantadora, tras una perfecta pareja de jóvenes sentada en un banco del parque, se oculta el drama. Tras las construcción de una presa, como en Los obreros, la desesperación por las cosas que quedaron atrás. Tras una tarde de permiso de unos militares, a la búsqueda de alguna mujer, las mentiras que nos contamos para ayudarnos a vivir. Distintas caras de una frustración común. Una frustración que puede acabar convertida en rabia en El primer paso en las nubes, donde un par de jóvenes manteniendo unas tímidas y primerizas relaciones sexuales son atacados por adultos y viejos, que en realidad lo único que persiguen y a lo único que golpean es a su tiempo pasado, revelado por la belleza de ella. Esos adultos descreídos como el policía de El evadido o el periodista que vuelve a encontrarse con su pueblo natal.
Cuando la Agnieszka de El octavo día de la semana piensa, entre el olor a ropa lavada, a coles fermentadas, a patatas fritas, que esto ya ha ocurrido, en buena medida resume esa obra primera de Hłasko. Esa sensación de unos y de otros de que están dando vueltas en círculo, encontrándose con las mismas cosas, viejas o nuevas, con sensaciones comunes. También el protagonista de El nudo corredizo, el largo relato que cierra el libro, un objeto no identificado con respecto al resto. Mientras en aquellos la juventud del escritor está una y otra vez presente, en este es como si hubiera envejecido de repente y hubiera alcanzado la madurez, también de su escritura. Y si pensamos en su vida posterior, como si el futuro le hubiera alcanzado en el presente. Kuba es un hombre alcoholizado que quiere poner fin a ese proceso autodestructivo en el que está atrapado sin solución aparente. Va a someterse a una cura en la que le darán unas pastillas que le impedirán beber (porque la interacción de estas con el alcohol puede ser incluso mortal). Cuenta con el apoyo de Krystyna, su pareja, que vendrá en unas horas para acompañarle. Hasta entonces tiene que resistir. Resistir y luego acabará todo y podrá llevar una vida de verdad. Pero todo atenta contra él: los amigos, enterados, que le animan, la gente en la calle, los encuentros casuales. Y él. Siempre él. El peso del mundo. El círculo se cierra en el libro. El círculo corredizo, que se cierra más y más conforme va sintiendo ese peso.
Conocí al Marek Hłasko de unos años después, como autor de Matar a otro perro. Más cruel, más venenoso, más melancólico. La historia de alguien que escribe la vida de otro, incapaz de vivir la suya propia, que necesita que le digan cómo vivir o cómo responder. Solo una vida separa un libro del otro. Esa enorme, agotadora distancia.