Relatos para un año. Mantón negro, de Luigi Pirandello (Pre-Textos) Traducción de Rafael Tomás Llopis | por Juan Jiménez García

Luigi Pirandello | Relatos para un año. Mantón negro

Una historia personal. Han pasado muchos años desde mi primer encuentro con Pirandello. Como cualquier otro recuerdo, esto puede ser cierto como puede no serlo, pero para mí, y eso es lo importante, lo es. Mi primer encuentro con el escritor siciliano fue un libro de obras completas de su teatro en dos tomos. Una edición en piel y papel biblia, de la que yo solo tenía uno de ellos. Se convirtió en mi libro más querido. Leía las obras al azar de los días y de los años y ni tan siquiera ahora las leí todas. Seguí comprando algún libro más. Algunas selecciones de sus relatos, alguna de sus novelas, algunos de sus ensayos. Pero yo solo leía ese librito, porque era pequeño, pese a contener tantas cosas y tantas obras. Incluso un día, y de ello tampoco hace mucho, conseguí el segundo de los libros. Y su teatro, con todo, aunque completo, me sigue pareciendo incompleto. También vi representado a Pirandello, también vi sus adaptaciones cinematográficas. Se convirtió en uno de esos escritores que uno piensa que deben conocer todos, un clásico absoluto que está en los estantes de cualquier librería. El mundo, demasiado a menudo, nos parece como algo que hemos creado nosotros mismos, y nos resulta raro que siga una vida propia, miles de millones de vidas propias, más allá de nuestras pequeñas pasiones. ¡Cómo no iba a ser conocido de todos Luigi Pirandello, si hasta Leonardo Sciascia le dedicó un abecedario y aparecía aquí y allá, de pensamiento y obra! Creo que aún conservo esa ingenuidad juvenil… Pero no, seguramente el tiempo del escritor pasó hace muchos años y luego, luego empezó a acumularse el polvo sobre él, y bajo el polvo, sí, seguía toda la belleza del mundo y muchos pasajes sobrecogedores. Y algún día, alguien como nosotros, recuperaba algo, un breve fragmento, y otros como nosotros, también tendrían su librito y sus libritos para repasar una y otra vez, con la nostalgia de un tiempo que no existió. Pirandello, que se suele asociar a la identidad, a los problemas de identidad, era pirandelliano. 

Ahora. Ahora se trata del Mantón negro y sus Relatos para un año, que a mí, por algunas vueltas y revueltas de la historia, me lleva hasta el cine de los hermanos Taviani y la música de Nicola Piovani. Y entonces, se vuelve uno a encontrar con esa Sicilia de hombres temperamentales, pero a menudo derrotados por una existencia que se les antoja difícil de explicar. Un mundo antiguo, ahogado en los compromisos, abocado a la tragedia, como en el Mantón negro, con ese joven que se ve metido en un enredo al dejar embarazada a una solterona que tampoco esperaba nada, y como acaban atrapados ambos en líos de familia y de honor, que por aquellas tierras eso del honor es otra cosa y, a menudo, trágica. Entonces la sangre se sube a la cabeza, e igual que se le sube a uno a la cabeza, se le sale a otro del cuerpo. Tan temperamentales y orgullosos todos como el Mattia de El humo, que decide entregar los lugares que le dan la vida a las emanaciones mortíferas del azufre, que acaban con todo a cambio de bien poco. Pero, de nuevo, es una cuestión de honor, de no sufrir una segunda afrenta, de un ni para ti ni para mí. Qué lejano queda el futuro… Y, sin esperanza, no pueden plantarse olivos. 

La sangre hierve por aquellos parajes. Sciascia decía que Sicilia era como una Italia a pequeña escala, pero en sus males. Sin embargo, es imposible no quererla, no sentirla próxima, como una parte de nuestra propia geografía, allí, lejos pero cerca. Hasta la mafia asoma en las páginas de Pirandello, y es de un día a día que espanta. Porque en las enrevesadas vidas de sus protagonistas no deja de haber algo de que es así porque no puede ser de otro modo, porque así fue desde la noche de los tiempos y no se espera ningún amanecer. Los personajes pirandellianos viven atrapados en espirales: de tiempo, de modos, de costumbres. Buscan salir (a ratos) y, en esas salidas, a menudo tempestuosas, se concentran siglos de historia, con hache mayúscula y minúscula, capas y capas de invasiones y deserciones, de resistencias y derrotas, además de alguna victoria. Sicilia es una isla, como no pocas veces los personajes de Pirandello. Me gusta que esta reunión de relatos (dentro de tantos como escribió) termine con El murciélago. Porque es un relato sobre el teatro, porque es un relato sobre el humor y porque en él se encuentra esa fatalidad de la existencia (con la molesta interrupción de un murciélago, noche tras noche, en plena representación) y como se resuelve, entre azar, destino y orgullo. Una historia siciliana.


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