Una comedia siciliana, de Leonardo Sciascia (Gallo Nero) Traducción de David Paradela | por Juan Jiménez García
Tal vez el Leonardo Sciascia escritor de novelas haya dejado un poco en la sombra al Leonardo Sciascia escritor de relatos o al de cronachette, de pequeñas crónicas, retratos de un tiempo. Ya no digamos al Sciascia ensayista. Y sin embargo así empezó (Las parroquias de Regalpetra, Los tíos de Sicilia hasta llegar a aquel El mar color del vino). Sus incursiones en el relato no solo fueron fundacionales sino que tenían algo de aprendizaje, de construcción de una manera de entender la escritura e incluso Sicilia (y, por extensión, Italia). La publicación por parte de Gallo Nero de Una comedia siciliana, conjunto de crónicas y cuentos hasta ahora inéditos, es por tanto una excelente oportunidad de volver no solo sobre un escritor fundamental sino una oportunidad de encontrarnos con esas otras escrituras.
Fundamentalmente Una comedia siciliana recoge relatos escritos en la segunda mitad de los años cincuenta y en los años sesenta y principio de los setenta. En ellos nos vamos a encontrar con un escritor veinteañero pero también con aquel otro que estaba escribiendo alguno de sus libros más memorables. Lo cierto es que sus preocupaciones siempre fueron las mismas y también su manera de entender la escritura, lo cual hace que tanto aquel joven como aquel otro escritor en plena madurez creativa se encuentren alrededor de los mismos temas, que se resumen en uno solo: Sicilia. Pero Sicilia como una historia sencilla, por utilizar un título suyo, que es tremendamente complicada. El escritor se interrogó una y otra vez sobre el pasado y el presente para intentar entender a aquellos hombres con los que compartía sus contradicciones, sus miedos y alguna esperanza (esa sin la cual no se pueden plantar olivos… no se puede construir un futuro).
Esas preguntas pasaban por una mirada profunda que no temía equivocarse (lo cual no nos exime del error, afortunadamente), a la vez que una ironía, un humor, que servía para gritarle a ese país lleno de milagros que en realidad estaba desnudo. Sciascia fue el niño, la mirada inocente, la opinión impertinente, molesta. Así, cualquier anécdota era el ejemplo de algo. Ya fuera con el fascismo y el fin de la guerra (Una kermés, El confinamiento, Los alemanes en Sicilia,…), con la política (el hilarante Llegan los nuestros), las tradiciones (Regalpetreses en Roma, Una historia verdadera, Una comedia siciliana,…). Cualquier argumento es la explicación de algo más profundo, tan profundo que está en su gente e incluso en su paisaje.
Si algunos relatos se inscriben en una tradición de la escritura italiana de posguerra, esas novelas de resistencia o de los años fascistas, de gente como Calvino o Pavese, por citar escritores que tenemos más presentes, es importante notar cómo Sciascia, que podía compartir las inquietudes, no tardó en empezar a buscar otras maneras más personales de enfrentarse. Su realismo no tenía nada de despojado y no creía demasiado en la seriedad. Sí de lo que trataba, no de cómo tratarlo. Por algún misterio alquímico, alguna fórmula que solo él poseía, eso lo hacía todo aún más inquietante, y la amenaza, tan presente en toda su obra, está presente hasta en esos relatos pretendidamente ingenuos.
Hay escritores necesarios para entendernos y entender este mundo que nos rodea. Pier Paolo Pasolini podría ser uno de ellos. Leonardo Sciascia, desde parámetros opuestos, sería otro. Parámetros opuestos porque Sciascia se interrogaba por Italia (e Italia acaba convertida en el ejemplo de algo universal) desde Sicilia, como si fuera un oráculo capaz de responder a cualquier pregunta. Frente a todas esas especificidades que creemos tener, vivamos donde vivamos, el escritor venía a decirnos que no, que es el ser humano, en sus escasas virtudes y sus muchos defectos, la medida de todas las cosas, y aquello que nos hace iguales, de algún modo. En estos relatos encontraremos ese misterio. Y la felicidad de leerle. No es cualquier cosa.
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