Probablemente fue la fascinación por América, un coloso asentado al otro lado del Atlántico, lo que dirigió en primera instancia el viaje que emprendieron Alexis de Tocqueville y Gustave de Béaumont en 1831. Por mucho que, en realidad, el argumento de aquella aventura fuese el estudio del sistema penitenciario y las condiciones políticas, raciales o económicas de la nación. O eso, al menos, es lo que se desprende del acercamiento emprendido por el ilustrador y dibujante Kévin Bazot. Algo que expone con pasión al trazar el viaje hacia el norte de Estados Unidos en busca de una identidad cultural preservada a salvo de cualquier cambio o transformación histórica, fuertemente arraigada a ese territorio originario. Bazot, interesado en los diferentes episodios de la Historia, que suele ser el motivo habitual de su trabajo en el cómic y la ilustración, nos sumerge en esta especie de conquista de América a través de una mirada intimista. Cercana. En la que Tocqueville y Béaumont recorren los territorios salvajes del nuevo mundo con el deseo de encontrar, precisamente, ese viejo mundo que amenazaba con desaparecer ante el impulso constante de la evolución.
Tocqueville comprende un relato aventurero, pero también una serie de apuntes etnográficos preparados para invitar al lector a reflexionar sobre la permeabilidad y la fortaleza de las civilizaciones al cambio. O cómo, hasta cierto punto, la confianza que depositamos en un futuro revela las frágiles, cuando no efímeras, estructuras que sustentan ese pasado cada vez más arrinconado en los márgenes. En esos últimos pedazos de tierra virgen que pugnan con la civilización avanzada para mantener su identidad propia. Su lengua y su cultura. De ahí que Bazot comience presentando a esos dos franceses, extranjeros en un país de emigrantes, fascinados por el ritmo febril de un lugar que nunca parece detenerse. En el que las conexiones, la comunicación y la tecnificación han barrido todas esas mitologías que en Europa son todavía objeto de estudio. Por eso, Tocqueville juega un poco con la frustración de ese viajero, casi más aventurero, contrariado al hallar un país en el que los grandes misterios parece que han sido ya descubiertos. Alejado de esa imagen de la vida en los bosques y de la desobediencia civil que tanta fortuna haría en los textos de autores como Thoreau o Emerson.
En esa paleta de color terrosos que utiliza Bazot, en la que la luz de la sociedad delimita la predominancia de un tono por encima del otro, tiene una especial importancia el momento en el que sus protagonistas culminan su viaje hacia tierras salvajes. Allí, en busca de pioneros, indios y nativos, Bazot rompe la cadencia con la que las viñetas han narrado la historia para dibujar, a página completa, esa visión puramente sensorial del que quizá sea el último rincón salvaje de América. Una explosión de verdes y azules, atrapados en la inmensidad del bosque que se abre ante los ojos de los dos aventureros franceses, atrapa ese instante de genuina fascinación. De terror, emoción y belleza ante un territorio que no se rige por los preceptos civilizatorios de esa otra América que han surcado hasta dar con él. Es importante recalcar este detalle, puesto que Bazot reconstruye las reflexiones de Tocqueville para plasmar con la mayor fidelidad ese momento de libertad. De contacto con otra cultura. Tal vez, también, de aprendizaje de unas costumbres que tarde o temprano desaparecerían borradas en el tiempo. Así hasta mezclarse, en la delicada tensión racial que nunca hemos dejado de vivir, con el avasallador nuevo mundo que imponía su ley desde las imparables transformaciones tecnológicas.
Una obra como Tocqueville, que perfectamente podría funcionar como prólogo a una primera lectura de La democracia en América, invita a recuperar ese pensamiento a propósito de la desprotección con la que determinadas culturas bregan frente a lo que generalmente percibimos como necesarios avances globalizadores. Esos que laminan o empequeñecen los ya de por sí minúsculos detalles de carácter que nos ayudan a diferenciarnos los unos a los otros. De ahí que, más que antropológica, la mirada de este Tocqueville en formato de cómic sea, esencialmente, humanista. Fascinada, cuando no sacudida, por esa comunidad india que continúa con su vida aparte. Resguardada por los bosques y lagos de una América salvaje que, paradójicamente, caminaba en dirección a convertirse en el pulmón del planeta. Para ser una nación a la que siempre se ha tachado de no tener historia, este Tocqueville de Kévin Bazot nos enseña la importancia de toda historia. Ya sea como sustancia de nuestro acervo cultural o como fundamento de nuestra identidad. Esa que en 1831 dos expedicionarios franceses decidieron conocer cuando pusieron rumbo al viejo mundo.
[…]
Si no quieres perderte nada, puedes suscribirte a nuestra lista de correo. Es semanal y en ella recordaremos todo lo publicado durante los últimos días.