El chico de los ojos de gato (Volumen 1), de Kazuo Umezz (Satori) Traducción de Marc Bernabé | por Juan Jiménez García
El chico de los ojos de gato empezó a publicarse en 1967 en la revista Shônen Gahô, dirigida a adolescentes. Kazuo Umezu (o Umezz, según su preferencia) tenía por entonces treinta y un años y ya habían pasado unos cuantos desde que empezó a dedicarse al manga, influido, cómo no, por Osamu Tezuka. Sería en los sesenta cuando empieza a darle forma a su concepción del horror, algo en lo que se convertirá en el referente ineludible (tal es el punto que Shinya Tsukamoto lo nombra a propósito de Tetsuo). El chico… se publicará durante un par de años, con historias de una extensión muy variable, y ahora Satori nos lo trae en tres volúmenes (el segundo aparecerá en breve). Oportunidad excelente para acercarse a un maestro del género y una obra que ya conoció adaptaciones al anime, tanto en serie como en película, además de numerosas reediciones y alguna que otra traducción.
El chico de los ojos de gato es el hilo conductor de estas historias de monstruos. O yokais, si preferimos acercarnos al término japonés (con muchos matices). Curioso por naturaleza, aficionado a los desvanes (ese lugar que tiene un significado especial si uno ha leído a Edogawa Rampo), con una cierta mala fortuna que le hace ser perseguido por unos y por otros (los hombres por monstruo, los monstruos por ser diferente). Hay algo que recorre todas las historias (o mucho) más allá del monstruo: la venganza. La venganza es un tema que atraviesa gran parte del cine asiático, por ejemplo. Podríamos decir que es el motor que mueve el mundo y al que uno puede dedicar una vida entera si es necesario. Los monstruos de Umezz vuelven, se manifiestan, porque necesitan vengarse. El aspecto monstruoso es el suyo, pero el interior, la semilla del mal, es cosa de sus víctimas. Ya desde la primera historia, El hombre inmortal, hasta la que cierra el libro, La Agrupación Cien Yokais, una agrupación dedicada a impartir justicia con métodos expeditivos. En El demonio feo, su protagonista es un niño nacido con una malformación que le da un aspecto repulsivo. Será la sociedad que le rechaza (y contra la que se volverá) en ese monstruo total. Y ese rechazo razón más que suficiente para, ya plenamente consciente, ajustar cuentas.
Todo se vuelve confuso. Los monstruos son el producto de esa sociedad egoísta y cruel, y su venganza, que no deja de ser esa justicia a la que aspiran, aquello que combate el chico de los ojos de gato, que, por otra parte, sufre en sus carnes los ataques de unos y otros. El mundo es una enorme confusión, una sucesión de malentendidos, que hacen que acabe malherido una y otra vez, como un héroe desafortunado que nadie reivindica, al que nadie ha llamado. Sobre esta base (los monstruos son los otros, en una perfecta ceremonia de la confusión) Kazuo Umezz construye sus historias con un ritmo trepidante y unas composiciones de página construidas sobre el horror, en esa alternancia de la vida y su reverso oscuro, que cuando aparece es como un torrente que se desborda, como el tsunami de Los incitadores de tsunamis, con una notable habilidad para construir personajes memorables, yokais de nuevo cuño, además del propio chico de los ojos de gato. Su habilidad para desarrollar la historia no deja lugar para los tiempos muertos (no tendría sentido en unas entregas muy limitadas en páginas) y el conjunto es una obra deliciosa, puro divertimento, puro género.
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