Roma. En torno a las siete colinas, de Julien Gracq (Confluencias) Traducción de José Miguel Parra | por Juan Jiménez García

Julien Gracq | Roma. En torno a las siete colinas

No hay nada de sorprendente en un libro de viajes de Julien Gracq. Escritor enigma, hombre misterio, Gracq fue durante toda su vida también profesor de geografía, y solo hay que acercarse a libros como A lo largo del camino (Acantilado) para encontrarse con el viajero atento, observador poético-crítico de paisajes y ciudades. Roma. En torno a las siete colinas, editado por Confluencias, es así un nuevo encuentro con ese hombre que mira. Es más: con ese hombre que ve. Un hombre que ha esperado hasta sus setenta años para encontrarse con la ciudad de ciudades, la capital del mundo durante miles de años, esa reunión de sustratos, esa acumulación de ruinas, ese museo en cualquier parte.

Gracq llega a Italia. Ha esperado su momento. Antes ha recorrido otras ciudades y, claro, Francia. Viaja por Venecia, por Florencia, por Milán, por Nápoles. El paisaje es desolador a menudo. Son los años ochenta y aún se podía ver algo (o ver que no había nada que ver). El escritor francés prefiere otros lugares. A veces es simplemente la acumulación desmesurada de arte, de la belleza. Otras, la ausencia de ella. El sur le sorprende más que el norte. Viaja alrededor de Roma sin llegar a ella. Eso será luego. Primero, antes de atravesar las colinas, están los otros paisajes que le traen a la cabeza otros sitios, con los que intenta establecer una relación de la que rara vez el paisaje italiano sale triunfante. Una decepción. Sí, está toda la Historia, que el escritor conocer bien, y también aquellos viajeros que le precedieron. Sin embargo, hay algo que le falta o algo que le sobra.

Roma será parecido. La ciudad se ha construido alrededor de sus ruinas, preservadas para un turismo que debe alimentarla. Los grandes espacios destruidos de esas ruinas son como heridas en el cuerpo más amplio de una ciudad que ha debido encontrar su espacio entre siglos de antigüedades, y en la que se puede encontrar uno tantas cosas  tanto yendo hacia a ellas como perdiéndose. También es una ciudad caótica, con unos habitantes como no se encuentran en otras ciudades. Si se puede elegir dónde ser robado, Gracq elige Roma. Pero conforme avanza es sus trayectos, la poesía se apodera de todo, se enreda en el viejo paisaje urbano. Esa ciudad de siglos que ha tenido que asumir su lugar en una contemporaneidad en la que no es fácil encontrar acomodo. Es inútil compararse con aquellos otros que escribieron sobre ella, porque escribieron sobre un lugar que ya no existe.

Gracq terminará su libro lejos de Roma, volviendo a pensar en ella, en su lugar en el mundo. En su representación de ese mundo. Su mirada está lejos de ser complaciente con todo, pero hay algo así como un enamoramiento tardío, una especie de comprensión hacia ese espacio mítico. Por seguir su pensamiento, un encuentro con la luz entre todo ese polvo en suspensión. Roma. En torno a las siete colinas es por encima de todo un libro de Julien Gracq, escrito con esa manera tan suya, tan misteriosa como él, tan enigma como él. Ese río de palabras que nos lleva, esa poesía que surge a cada instante, esa geografía íntima de todo, esa mirada que no se complace, que cae sobre las cosas, que sigue su curso, que se pierde y se encuentra a cada momento, como las plazas romanas, esa escritura bella como una pequeña iglesia siempre abierta, invitando al silencio, a otra luz, a otro tipo de intimidad con todo aquello que nos rodea.

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