Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé (Seix Barral) | por Juan Jiménez García
Decir algo, cincuenta años después de su publicación, sobre Últimas tardes con Teresa, decir algo nuevo, otra cosa, descubrir algún pequeño motivo, alguna pequeña idea, que haya pasado desapercibida a tantos, grandes o pequeños. Podemos pensar: cada cual tendrá su libro. Eso es también un clásico. Un libro capaz de atravesar los años y los siglos en la certeza de que encontrará siempre a sus lectores, más allá de su época, porque está construido no sobre algo universal sino sobre algo íntimo. Íntimo de cada uno. El libro como un lugar conocido, y la Barcelona de Marsé como ese espacio que todos hemos habitado, con otros nombres, con otras formas, otras calles y otros bares, otras Teresas y otras Marujas. Otras tardes.
La persistencia de la memoria. Y sus equívocos. Nos dicen que esa Barcelona existió como existieron todas esas cosas que recordamos, de las que tenemos la certeza, pero que nunca llegaron a ocurrir. Tanto o más reales que las otras, las idas y venidas de Manolo, de Pijoaparte, son las nuestras siendo improbable, porque se construyen desde algo tan elemental como el deseo y el desencanto. Marsé lo confronta con un ambiente construido precisamente con los mismos principios pero que, frente al primitivismo, al hombre salvaje en construcción, es irremediablemente falso. Decía Pasolini con respecto a aquel sesenta y ocho (Marsé se adelantó encontrando el aire no ya de su tiempo sino del tiempo por venir) que él estaba del lado de los policías porque ellos eran los hijos de obreros y no aquellos otros. En el otro lado, la burguesía falsamente progresista que quería poner un obrero en su vida como otros sentaban un pobre a su mesa por navidad.
La escritura de Marsé logra dotar a todo de una materialidad, pero también de una especie de espiritualidad del gesto. Ritos de paso como (volviendo a él) en Pasolini, con el que comparte ese gusto por los márgenes, esa épica (menos exaltada, pero tan empática) de la periferia y los chicos de arroyo, enfrentados aquí no a un mundo hostil, sino, por el contrario, a un mundo que los ve como algo pintoresco, atractivo, a la moda. El escritor toma parte por ellos, frente a esas falsificaciones dignas de figurar en las páginas de William Gaddis. Cuentos crueles de la (joven) burguesía catalana. Últimas tardes con Teresa son las últimas tardes de Teresa con un idealismo mal parido y peor digerido, que solo está en sus cabezas, como una gripe pasajera, que hay que pasar y de la que poco quedará.
Pijoaparte es el niño necesario para mostrar la desnudez de ese mundo, sin ser ningún héroe. Igual que aquellos pretenden entrar en su mundo paródicamente, él aspira a entrar en el de ellos, a conseguir un trabajo formal y una vida tranquila. La vida de aventuras frente a la vida sin ellas. Teresa y él podrían ser el punto de encuentro, ese lugar donde convergen las líneas, un instante revelador de algún tipo de verdad entre tanta falsedad, pero están condenados a no encontrarse nunca. Su relación será una obra más en el teatro del mundo.
Por supuesto, Marsé se encontró con la censura. En esta edición conmemorativa de Seix Barral, encontramos los documentos de su tiempo, y esa es una historia más en una sociedad enferma (una enfermedad crónica desde hace muchas décadas o tal vez siglos). Se utilizaron argumentos estúpidos para prohibirla y otros no menos tontos para autorizar su publicación. El mundo seguía. El de Pijoaparte, el de Teresa, el de Juan Marsé.
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