Buscamos tantas cosas y tan desesperadamente… Leemos tantos libros y demasiadas veces creemos encontrar obras maravillosas, obras maestras, lecturas imprescindibles,… Necesitamos creer en la belleza como otros necesitan creen en dioses. Muchos o uno solo. O no creer en nada, cosa difícil, incierta. Creemos en esa belleza como algo fácilmente reconocible. Algo que es. Que no admite dudas, porque está ahí, a la vista de todos. Es. Sin embargo, la belleza está tan próxima a lo terrible… Eso debería hacernos desconfiar. Sin esa sombra no puede existir aquella luz. Entonces, pensamos en todas aquellas lecturas que nos han conmocionado, aquellas en las que un temor, un miedo indefinible nos ha atravesado. Hemos gastado todos los adjetivos. Y entonces llega un libro como El corazón de las tinieblas y ya no nos queda nada por decir. Habría que inventar todo un nuevo lenguaje, devolverle su sentido a tantas palabras,…
El corazón de las tinieblas es un viaje a través de la oscuridad. Joseph Conrad utilizará una y otra vez esta palabra o cualquier otra que nos entregue ese destino en sombras. Marlow busca una voz como otros buscan un temblor, algo que nos haga salir de unas vidas confortables, después de todo. El África colonial, la selva, no son más que nuestro destino. El río, esa cicatriz que nos abre de arriba abajo, invisible pero cierta. Piensa que la única manera de explicarlo es decir que no partió al centro de un continente, sino al centro de la tierra. Pero ahí también se equivocaba. Su viaje era hacia el centro de uno mismo, hacia el interior, hacia ese lugar más oscuro. También dice: Vivimos como soñamos… solos. Kurtz, su búsqueda, perdido allá lejos, en uno de los finales posibles de ese río, entre la selva, la muerte, los ritos y el marfil, no está menos solo que él.
Marlow descubre que el verdadero motivo de su viaje es oírle (ni tan siquiera verle, solo oírle). Él era una voz. Era poco más que una voz. Y sin embargo, esa voz es todo. Todo lo que queda cuando ya no queda nada. Todo un mundo que se hunde, arrastrando tras de sí cadáveres y muerte. Un tiempo primitivo, jugado contra geografías íntimas y naturalezas vivas. Un tiempo para los dioses, para aquellos que tenían que construir el mundo, poner orden en el paraíso, apropiarse de todo aquello que uno encontraba. Y eso solo puede hacerse desde el horror. Última palabra para nombre el mundo. Para transformarlo y ser transformado.
Como Sergio Pitol, tan solo podemos escribir una invitación a la lectura de El corazón de las tinieblas. Leerlo es una experiencia personal (sí, todas los son, pero…). Conrad escribe un libro de aventuras africanas, pero en él están encerrados todos los misterios del alma, algo en lo que solo parecían creer los rusos, pero que aquí se convierte en tangible, en algo palpable. Hacerlo en esta edición de Libros del zorro rojo tiene además el añadido de las ilustraciones de Enrique Breccia. En ellas se encuentra el mismo temblor, el mismo enigma. Hay libros que creemos haber leído mil veces sin haberlos leído nunca. Ejercicios pendientes, encuentros una y otra vez demorados. Hasta llegar a ellos, hemos recorrido nuestros propios ríos. Y como ese marinero que habla y habla mientras el barco permanece entre la niebla londinense, sabemos que hemos esperado y vagado por ahí para que, finalmente, llegue un día en el que poder leer sus palabras. He llegado.
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