Hacer el amor, de Jean-Philippe Toussaint (Siberia) | por Óscar Brox

Libros

Narrar el final del amor, su conclusión abrupta, invita a meditar qué palabras escoger -las más justas, las más claras- para dar cuenta de la extinción de una relación. Más que en una ficción, nos adentramos en la crónica de unos hechos, en un arco temporal que abarca un periodo, unas edades, una colección de recuerdos, que su autor transforma en sensaciones con la paciencia de un contable; sensaciones, sí, que describen una serie de episodios que en adelante pasarán a jugar un papel, digamos melancólico, en lo profundo de nuestra memoria. Hacer el amor, del escritor belga Jean-Philippe Toussaint, nos coloca en la posición más incómoda, como observadores atentos de la desintegración programada de una pareja. No hay vuelta atrás, no existe la posibilidad de recapacitar y madurar la decisión tomada. Solo queda espacio para encontrar un final que inicie la cicatrización de esa herida abierta.

El relato de Hacer el amor sucede en una Tokio artificial e inhumana, una ciudad que Toussaint describe en sus detalles más gélidos y fantasmales. A excepción de las pequeñas sacudidas terrestres, Tokio es un gigante que mira con indiferencia la crisis sentimental de sus protagonistas, de ahí que la acción de la novela transcurra entre habitaciones, pasillos, calles anónimas y soledades compartidas. Con todo el mimo que le permite el drama, el autor belga se entrega a la persecución de un sentimiento que en verdad no tiene un origen concreto, pero sí un efecto devastador: el desamor. Así, la novela avanza mientras derrama las primeras gotas de tristeza, cuando su narrador se ve incapaz de superar un sentimiento que ha carcomido su interior. Nada más instalarse en la habitación del hotel, la pareja hace el amor; se excitan, acarician, tal vez se aman, pero son sensaciones fugaces que no recuerdan cómo imprimir ese deseo de eternidad, donde el tiempo nunca importa, que concedemos a cada gesto cuando estamos enamorados.

A pesar de su decisión irrevocable, el narrador no renuncia a uno de los gestos más dolorosos del desamor, ese que sucede cuando una mirada se convierte en palabras. Prácticamente no hay página en la que no describa a Marie, así se llama ella, en sus sollozos, su desgracia y agonía, en su belleza serena y sus gestos propios, en unas palabras enjauladas en cada pensamiento, que nunca son verbalizadas, quizá porque ha olvidado cómo hacerlo. Todo es silencio y tiempo, alienación y tragedia, porque desde la primera frase sabemos que no envejecerán juntos. Por eso, Toussaint se entrega al tiempo que resta para que acabe la historia, a la horrible sensación de no saber si el último momento, la última palabra, serán los últimos de verdad.

Durante toda la novela, su protagonista juega con la idea de utilizar un frasquito de ácido clorhídrico que ha logrado esconder en su neceser. La sustancia corrosiva es la obvia metáfora de un dolor que necesita actuar implacablemente contra aquello que lo ha motivado. Pero cómo se puede actuar contra un sentimiento, contra algo que nace de nuestro interior. Lo hermoso de Hacer el amor es que, aun en su renuncia de esto último, no puede dejar de evocarlo. Aunque sus personajes se distancien progresivamente, aunque el sexo sea cada vez más anónimo, pasajero y agreste, el amor nunca desaparece definitivamente. He ahí, precisamente, el dolor incurable que atenaza al relato de su protagonista. Solo el ácido, vertido sobre la belleza extraordinaria de una flor en mitad de un paisaje japonés indiferente, puede simbolizar esa voluntad de esperar que desaparezca.

Hacer el amor no es solo la crónica minuciosa del dolor de una separación, también es el testigo mudo de aquello que perdemos, del espacio vacío que queda cuando no podemos tolerar la presencia de los recuerdos. Y, sin embargo, Toussaint se esfuerza por narrar esa crónica terrible desde la belleza de los pequeños gestos, de los últimos momentos que van y vienen en la mente del narrador y que expresan lo difícil que es separar el impulso amoroso de su drama. Por eso, esta novela del autor belga, editada con gusto e inteligencia por la recién nacida editorial Siberia, podría también haberse titulado la tentativa de agotar el sentimiento del amor. Al fin y al cabo, la obra narra una colección de gestos y palabras que no solo testimonian el final de una pareja, sino que también amortiguan el dolor que se desprende del tiempo que resta.


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