Lefeu o la demolición, de Jean Améry (Pre-Textos) Traducción de Enrique Ocaña | por Juan Jiménez García

Jean Améry | Lefeu o la demolición

Seguir las marcas dejadas en el libro como una sucesión de heridas. Si el autor, si el libro fuese otro, hubiera dicho deslumbramientos, pero en Lefeu o la demolición, aun existiendo estos, solo se puede hablar de heridas. Las heridas que su lectura fue dejando: a veces apenas un rasguño, otras un corte profundo. La diferencia entre el deslumbramiento y la herida es que la herida perdura en el tiempo, no es un destello, es una señal que nos llama, que nos convoca al recuerdo de algo. Lefeu o la negación. El no exterior que reafirma el sí íntimo. Ese agotador nadar contra corriente. Los títulos de las partes de este todo tienen su sentido. El primero es decadencia. El goce de la decadencia, la pulsión de la muerte. Pensar en la muerte como una caída desde la vida. Lefeu, pintor en un edificio que camina hacia su propia demolición por intereses ajenos y por el paso del tiempo, cae. Ha decidido vincular su última existencia a esa caída disfrazada de resistencia a esa propia caída. Podemos pensar que combate por su supervivencia, la de su trabajo, la de su estudio, la de un entorno que no quiere abandonar, o que se entrega al placer de caer. Pero caer con todas las consecuencias, con todas las palabras que eso implica. Palabras capaces de conformar un libro. El subtítulo del libro (a la manera de Hermann Broch y sus sonámbulos, del que este podría ser uno más), podría haber sido esa decadencia, pero Améry elige demolición, que imagino como una caída entre la destrucción.

Surge una duda: la decadencia como una forma de indolencia. No hay una voluntad sino una falta de resistir frente al asco que le produce todo lo demás. Lefeu no quiere bailar con su tiempo. No le gusta su tiempo, no le gusta bailar, no le gusta esa amabilidad que esconde esa hipocresía de falso superviviente. Améry sobrevivió de verdad, con esa sensación de que solo estaba aplazando aquella muerte. Piensa que su arte está condenado al fracaso y, por lo tanto, su vida. Un término con el que define su obra: decadencia rutilante. Paréntesis. En Lefeu o la decadencia, Jean Améry esconde bajo la forma de una novela, de la narración de una historia, todo un estudio, el desarrollo de una serie de pensamientos que han atravesado su obra ensayística. Pero, dice, es imprescindible que se entiendan las palabras, porque de lo contrario son nada. Y la prueba de esa afirmación que repite, en la que insiste, es este propio libro, en el que la densidad de su pensamiento se eleva con la ligereza de su forma. Un misterio. El misterio de un corazón que late. Final del paréntesis.

Ese no permanente de Lefeu podría entenderse, nos dice, como ese alzar el puño de los que siempre estuvieron oprimidos. Últimos gestos de resistencia o primeras representaciones de una violencia exteriorizada. Violencia no como fuerza ejercida sobre el otro, sino como rotura de una pared, de un muro, de un elevado muro. Devolver el golpe. Hay una nota a pie de página (qué trabajo de traducción, anotación y prólogo el de Enrique Ocaña… qué trabajo), en la que se nos habla del concepto de nostalgia auténtica de Améry: el extrañamiento de sí mismo o la demolición provocado por la pérdida de patria, lenguaje y pasado. Lefeu es la materialización de todas esas derrotas. Una derrota que además comparte con Irene. ¿Qué puedo hacer por ti?, se pregunta sobre su amante, escritora, en tránsito hacia el manicomio. Sobrecogidos por la vida de él, nos sobrecogemos sobre el destino de ella, sobre sus palabras de encuentro y despedida, de convivencia con algo que se escapa, se escurre, es resbaladizo, otro lugar más de esa pendiente, de esa caída, de esa cerrar lo que se quedó abierto.

Dejar que se acerquen las cosas. Pero esa es la última renuncia. Lefeu ya no quiere ninguna proximidad. Su trayecto a través de esa decadencia hacia la destrucción solo ha sido una manera de poner en orden unas cuantas ideas, un puñado de palabras. Ordenar la maleta para un último viaje. Todos han renunciado. El edificio se derribará. El estudio se convertirá en polvo y piedras. Por lo demás, cenizas a las cenizas. Jean Améry se confunde con Lefeu. Por qué y cómo es un epílogo en el que explica las razones y el recorrido de esta obra, una declaración de intenciones. Pero, además, hay un texto bellísimo, también de Améry, que cierra todo esto, este otro viaje al fin de la noche: El pintor anónimo E. S. Erich Schmid, el pintor en el que basó la figura de su Lefeu. Un texto mínimo que forma parte de Los nuevos monjes. Retratos de contemporáneos (desconocidos). Tras las tormenta, el eco de algo. Un sonido. Un murmullo. Después, el silencio.


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