Mi tienda de perros y otras historias humorísticas, de Jaroslav Hašek (La Fuga) Traducción de Montse Tututsaus | por Juan Jiménez García

Jaroslav Hašek | Mi tienda de perros

No todo Hašek es Švejk, pero Švejk está en todo Hašek. Es más, ¡en toda la literatura checa! Ah, las exageraciones. Las exageraciones son eso, exageraciones, pero siempre contienen su pedacito de verdad. También esta, también. El bobalicón soldado, capaz de sumir en la confusión a todo un glorioso ejército austrohúngaro, capaz de iluminar como nadie el absurdo y la oscuridad de las guerras, el inocente vendedor de perros, contestón, sabelotodo, sabio a su manera, idiota a los ojos de demás (pero devolviendo de todos a su vez la imagen de unos consumados imbéciles), es inmortal porque es necesario. Švejk es el niño que encuentra la desnudez de los emperadores, el bebedor de cerveza que revela, entre cerveza y cerveza, el absurdo de este mundo, ese absurdo criminal. Mientras haya guerras, necesitaremos Švejks, y eso será siempre, porque, como las cucarachas, la estupidez es capaz de sobrevivir hasta a las bombas nucleares. Pero ya estoy hablando otra vez del buen soldado, cuando lo cierto es que en este libro no hay ni rastro de él, aunque esté por todas partes y, en algún caso, encontramos noticias de su próxima aparición. Por ejemplo, en Mi tienda de perros, que da nombre a esta feliz reunión de relatos. ¿Cómo no verle en el delirante ayudante Čižek? Comparten afición por los perros ajenos y un gusto por el extravío, además de la verborrea. En realidad, si leemos a Hašek, la verborrea debe ser el deporte nacional checo. ¡Cómo les gusta hablar! Palabristas, diría Bohumil Hrabal, hijo pequeño, pródigo y prodigio, del escritor checo. Intentar decir algo de todos los protagonistas de estos relatos sería un intento absurdo que solo puede conducir a la pérdida de la cuestión fundamental. Sean personas o perros (porque los perros también tienen algo que decir), solo son parte de un todo, piezas de un disparatado engranaje que mueve la siempre confusa existencia humana. Y como esos dos personajes que quieren pasar al pueblo de al lado, del que están a dos horas, y acaban pisando Rusia y tardando entre un mes y medio y seis años en completar el paseo, prisión mediante, el resto no dejan de meterse en jardines ajenos y acabar hechos un lío. Y es que eso es lo fácil y que todo responda a nuestras expectativas, lo difícil. Hašek lo sabía bien porque así era también su vida y se puede decir que vivió como escribió y escribió como vivió, en la confusión del mundo. Y eso que no vivió mucho (en años, porque en experiencias…). Pero no es solo una cuestión de personajes, de construir una nueva (y más humana) comedia, sino que aquí y allí, como dejadas caer de pasada, abundan la ironía y lo que ahora llamamos humor praguense, esos apuntes punzantes que nos dejan con una sonrisa y la certeza de que sí, somos así, y ellos, los otros, también son así. Su habilidad para construir personajes con poca cosa, unos trazos, y una manera de estar en la vida, es una suerte de prodigio, que ya está presente desde sus primeros relatos. Más adelante irá afinando, se volverá más y más agudo, pero sí, todo está ahí, recogido de una manera u otra. Afirmamos (o afirmo, porque estoy aquí, yo solo) que Hašek fue siempre Hašek y sus relatos también, y su obra también. Y su vida. Todo. Y podría seguir escribiendo y escribiendo y diría lo mismo o prácticamente lo mismo una y otra vez, pero es que rara vez se puede reemplazar con palabras el sentimiento de felicidad que nos embarga con cada uno de sus libros. Y así, La fuga, que quiere publicar una suerte de obras completas, esas obras completas que se quedaron suspendidas en este mismo libro, son héroes de nuestro tiempo. Y cómo y con qué urgencia necesita nuestro tiempo más Švejks, más Hašeks y menos de casi todo lo demás.


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