Cuentos de madurez, de J. M. Machado de Assis (Pre-Textos) Traducción de Bethania Guerra de Lemos y Juan Bautista Rodríguez | por Juan Jiménez García
Machado de Assis es el gran clásico de la literatura brasileña. Escribió en todos los géneros y lo hizo desde la necesidad imperiosa de ser escritor. Nacido pobre, no llegó a la universidad, lo cual no fue (como en tantos casos, por otra parte) ningún impedimento para atravesar el siglo XIX de las letras de aquel país, siglo de cambios que él supo perfectamente capturar. Conocido por obras como El alienista, Cuentos de madurez es una reunión de relatos de su última época, recogiendo buena parte de sus inquietudes. Comparado de alguna manera a Antón Chéjov, con quien compartió tiempo pero no conocimiento, sus relatos son, como los de aquel, el encuentro de una nueva manera de contar. Estaría tentando de decir que entran en la modernidad, pero la modernidad es algo que se está alcanzando constantemente, sin que sepamos muy bien qué es, más allá de otra cosa. En un mundo que cambiaba, que iba al encuentro de otro siglo, la escritura también debía necesariamente cambiar. En Brasil y en la Rusia de Chéjov. No hay ni tan siquiera melancolía, sino un cierto aire de despedida. El romanticismo dejaba paso al realismo o la realidad no dejaba paso nada. El mundo de mañana. Machado de Assis reflejó ese tiempo, lo escribió, también porque cada época necesita su escritura.
El humor atraviesa los relatos de Machado de Assis como los atraviesa el pesimismo. La vida no deja de ser algo insatisfactorio, un camino (ni tan siquiera largo) de cosas que no acaban de salir como queremos. Como al protagonista de Un hombre célebre, queremos componer obras clásicas y, en el mejor de los casos, solo nos salen populares. A menudo, sus protagonistas aspiran a ese algo que lo cambiará todo, que los hará especiales, que les dará una vida soñada, pero se quedan a las puertas de ese sueño, por fatalidades del destino. Como el canario del cuento, cuando uno está en la jaula, aquello es el centro del mundo. Es más: el mundo entero. Pero a poco que uno vuele el cielo se vuelve infinito y qué difícil es conformarse con lo que había… Como en otro de sus relatos, Adán y Eva, tal vez el mundo no fue creado por Dios, sino por el Diablo, y corregido en la medida de lo posible. Eva no mordió la manzana pero abandonaron el Paraíso, y lo que nos ha quedado es esto, una versión corregida del Infierno.
Y luego está el tiempo. El tiempo que se les viene encima. El tiempo que no pocas veces conduce a una muerte temprana o a un fracaso temprano (por la muerte de los demás, de esas jóvenes). Hay pocos vencedores y muchos derrotados en estos relatos de madurez. Incluso los vencedores lo son de una forma dudosa e incluso terrible, como en Padre contra madre o El caso de la vara. Como si la felicidad de uno tuviera que provenir de la desgracia de otros. Nada hay perfecto y solo juntando imperfecciones se logra llegar a algo asumible, aunque imposible (Trío en la menor). He escrito antes que el humor atraviesa sus relatos, pero es un humor triste, ironía. Una mirada burlona, un contrapunto, ese gesto necesario para desvelar todo lo que de miserable contienen aquellos actos. Como algo prodigioso, se convierte en una válvula de escape, como un viento que recorre sus páginas. A menudo tristes, sus relatos no nos sumergen en un estado de tristeza. Es la vida, parece decir. Y somos humanos, a disposición de los pájaros. Y ser humanos es eso. Vivir es eso.