Posmo, de Iván de la Nuez (Consonni) | por Óscar Brox

Iván de la Nuez | Posmo

Han pasado unos años desde la publicación de Teoría de la retaguardia y continúa zumbando en nuestros oídos la misma pregunta que flotaba en aquel ensayo: ¿va a acabar en algún momento el arte contemporáneo? La cosa tiene miga, en tanto que en estos últimos tiempos lo difícil estriba en señalar qué acusa más síntomas de fatiga, si el discurso contemporáneo sobre el Arte o, en fin, el Arte mismo. Quizá, por ejemplo, deberíamos preguntarnos en qué consiste, hoy, visitar un museo. Si en verdad hay una diferencia especial entre ciertas políticas museísticas y, qué sé yo, un flashmob -juro por lo más sagrado que una de las palabras peor empleadas en esto de la comunicación cultural es habitar un museo- o si estamos convirtiendo un espacio con historia en un parque de atracciones repleto de chucherías modernas para la burguesía más imbécil. Algunos de estos temas los abordó Roberto Valencia en su reciente Palacios, hangares y cuevas, en el cual echaba un vistazo a lo que quedaba de los fundamentos y transformaciones de los museos para invitarnos a verlos más allá de sus exigencias mercantiles. Y creo que algo de todo eso está también presente en este Posmo que acaba de publicar Iván de la Nuez.

Empecemos por el principio: este posmo, en un inicio, remite a la condición posmortem de su autor, a causa de un error burocrático en Cuba. La anécdota, en todo caso, propicia una posición ventajosa a de la Nuez: la posibilidad de ensayar una suerte de mirada exterior para reflexionar sobre las cuitas culturales producidas durante estos últimos años. Y, ya de paso, para evaluar la fortuna crítica de un concepto, el de posmoderno, que sigue ahí en la boca de la cultura, casi balbuceante, a falta de que en algún momento logremos superarlo -y eso que ha habido exposiciones que le han puesto fecha de caducidad. De la Nuez reúne textos breves, un combinado de apuntes y certezas, que ordena de forma austera pero sin renunciar a su barniz de ironía alrededor de casi 150 páginas que se leen con el mismo estímulo que el de su mentada Teoría de la retaguardia: como un pensamiento que no necesita alinearse con el canon o la disidencia, con el pop o el pogromo cultural, sino que se conforma (no es poco) con hacer bailar a unas cuantas palabras de nuestro vocabulario crítico y otras tantas manifestaciones de lo contemporáneo. No tanto para interrogar a lo pos, sino más bien para vindicar lo transcultural, como señala en varios tramos del ensayo. Un ejemplo: ese otro lenguaje que divisa en la obra literaria de autoras como Irene Solà, Verónica Gerber o Dara Scully («una lengua nueva que esquilma y modifica cada orilla»).

Así, basta acudir a alguna de las páginas del libro para encontrar intuiciones de lo más jugosas. Un ejemplo: ¿en qué queda el valor expositivo del váter de oro de Maurizio Cattelan, toda vez que Donald Trump no llegó a proyectar su meada en él? Pues, seguramente, en su valor de mercado, dado que ya no hay un Octavio Paz que ponga el relieve o la temperatura cultural a una obra destinada, en fin, al fast food museístico. Otro más: ¿resulta suficiente organizar una muestra de artistas disidentes para descolonizar un museo o la triquiñuela acabará colonizando cualquier mirada? Y otro más: ¿puede ser el estado español el territorio en el que peor sentido tiene lo posmo, habida cuenta de que va camino de utilizarse como sinónimo de modernez, que no de línea de pensamiento?

De la Nuez mezcla anécdotas, biografía, reflexiones e intuiciones para dar forma a su ensayo. En ocasiones, se trata de una escritura relampagueante, breve y austera, para dar cuenta de cierta inutilidad conceptual; en otras, hay tiempo para largar un relato, girar alrededor de una palabra o diseccionar un episodio para ver qué demonios hay de importante en todo ello, tanto da si se trata de la algarabía del 15-M, el pack de Juego de tronos que Pablo Iglesias entregó a Felipe VI, el COVID, Ucrania, una poképarada en el museo del genocidio de Camboya, las cenizas del Comunismo o esa sensación de evanescencia que rodea a casi todo lo que podemos entender por cultural hoy día. La cuestión, pienso, es que el libro pone el acento alrededor de la excepcional abulia que rodea al discurso artístico contemporáneo. Y, en vez de ofrecer un diagnóstico conservador, lo que nos enseña es hasta qué punto estos años de nueva normalidad (ejem) no han traído nada sustancialmente diferente. O, mejor dicho, no se han sustanciado en algo con un poco más de chicha que ponga en un brete a la praxis cultural a la que nos hemos malacostumbrado. Sin vértigo, sin vida, tan posmortem como el certificado que recibió en La Habana por un error burocrático. Lo más seguro, por cierto, es que poco de esto cambie, y se hable menos de procesos de transculturación que de ese maquillaje al cadáver de una cultura institucional que se expresa en términos de marca, de habitar y de crear sinergias. Pero, ¿también se piensa?

Fotografia del autor de Inés Baucells.


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