Dame la pasta, de Iva Pekárková (Huso). Traducción de Kepa Uharte | por Juan Jiménez García

Iva Pekárková | Dame la pasta

La vida de Iva Pekárková se confunde con la de la protagonista de algunos de sus libros. Ellos, como ella, pasan por los mismos lugares y seguramente comparten experiencias, fragmentos de vida, además de una misma búsqueda del sentido de las cosas. En España, hace algunos años, ya se publicó El mundo es redondo (alrededor del campo de refugiados en Austria en el que fue a parar tras su exilio de aquella Checoslovaquia comunista). Ahora, de la mano de Huso, nos llega Dame la pasta, en el que de nuevo vida y obra se confunden y la miseria está por todos lados. La miseria, la huída y la necesidad de escapar de todo ello, en una relación conflictiva entre el optimismo de su protagonista y los golpes recibidos por la realidad. La miseria como pobreza extrema pero también como condición humana. Todo con un extraño humor (¿será la ironía praguense de la que escribía Bohumil Hrabal?), porque cualquier intento de sonreír, visto lo visto, solo puede ser irónico.

La protagonista de Dame la pasta es una taxista. Una taxista checa inmigrante en la ciudad de Nueva York (como la escritora en su momento). Ser una taxista en Nueva York ya tenía mérito. Leo que había doscientas sobre sesenta mil. Pero claro, Nueva York encima es muy grande y a Jindřiška (conocida como Gin) le gusta ir por la zona de Bronx y de Harlem. Si las posibilidades de que te asalten son ya bastante altas en cualquier sitio de la ciudad, qué decir allí. Sin embargo le va bien. Le va bien es que no sufre ningún percance. Si hablamos de dinero, entonces es la desolación. Se ha casado con Talib, un africano que cree en los amuletos y las supersticiones, por una simple cuestión de papeles, aunque tampoco eviten llevar más allá su relación (e incluso disfruten intensamente con ello). Talib también es taxista y, aparte de una familia en su país de origen, tiene una cierta obsesión porque las cosas sean como son. No viven juntos, pero un desafortunado incidente artístico-pasional de Gin con su compañera de piso lesbiana (pero no siempre) la hace trasladarse a vivir con él a Harlem. Negros, hispanos, rusos. Ese es su pintoresco mundo, en el que unos siempre tienen algo contra los demás. Gin está bien con todos y todos querrían estar con ella (esa muchacha pelirroja, blanca, como de otro mundo), pero ella sigue guardando las distancias mientras que la vida pasa. Pasa por encima de ella, la pisotea, la pone en pie, la lanza por ahí y ahí sigue.

Dame la pasta se convierte en un fresco de la maravillosa vida de los inmigrantes (debería ser de lectura obligatoria para muchos, en estos días), pero también en una muy humana novela sobre lo que es sobrevivir con una cierta dignidad. Incluso en el fango, algo se puede encontrar. No, el paraíso capitalista no existe. Incluso si venían huyendo del paraíso comunista, tras haber pasado por ese purgatorio intermedio que es el infierno de los campos de refugiados. De un infierno a otro. Jindřiška es extrañamente feliz. Hasta la ingenuidad, hasta la inmortalidad. Y, a través de ella, Iva Pekárková traza un retrato vivo, humano, de la inexistencia. De esos millones de seres microscópicos que se esconden (que esconden) bajo las alfombras de las ciudades. A través de una noche eterna (Gin prefiere las noches), en una ciudad emblema no solo del primer mundo, sino también de un mundo intelectual con terribles problemas de memoria o conocimientos.


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