Confesiones privadas, de Ingmar Bergman (Fulgencio Pimentel) Traducción de Marina Torres | por Francisca Pageo
Con Confesiones privadas, Ingmar Bergman finaliza su trilogía familiar, que inauguró con La buena voluntad y siguió con Niños de domingo. Esta vez, la protagonista será Anna, su madre, que cometerá adulterio con un joven aspirante al sacerdocio. Si algo funciona en esta novela es que aunque cierra la trilogía supone un capítulo bastante primoroso en cuanto a la figura materna. ¿Realmente fue cierto lo que ocurre aquí? Leer este libro nos hace preguntarnos si es verdad. Y sí, lo es. Y Bergman se muestra poderoso y tenaz con la historia, pues la cuenta como si de él mismo se tratase.
Pero pasemos a Anna. Anna lleva ya varios años casada y su matrimonio con el pastor Henrik se ha vuelto frío como el tétano. A raíz de esto, Anna no dudará en enamorarse del joven Tomas, amigo de su marido y de quien iniciará una pasional y seductora relación. Bergman invoca a Jacob, a quien Anna se confesará en cinco partes. La novela se nutre de tales acontecimientos que no serán buenos para casi nadie. El pastor sufrirá una enfermedad que le hará separarse de Anna, Anna divagará entre dos polos, el de su hijo y el de Tomas, y al final, solo al final, podremos saber cómo era Anna realmente y sus verdaderas aspiraciones en ese epílogo-prólogo que Bergman nos presenta.
Anna quería estudiar enfermería, quería labrarse una vida, ser independiente. Pero por añadidura, casarse con el pastor lo estropearía todo. No quiero destripar más esta novela que se vuelve pudorosa y amorosa, que enlaza la pasión del amor con la vergüenza y la seriedad que un adulterio lleva consigo. No es de extrañar que comprendamos a Anna pese a todas las cosas. La madre de Bergman era fiel a sus sentimientos, aunque no a su marido, y esto vuelve al pecado indicador de un sentimiento que Anna no puede controlar. Hallaremos entonces, en esta novela, un clamor a la libertad del ser humano. A su voluntad efímera y provocativa, pese al gran peso que la religión tiene en este libro. No queremos un adulterio que nos indique que ya no queremos a nuestro esposo, sino que es un adulterio consecuente con la relación que Anna tiene con Henryk. No, ya no se aman, el afecto ya no será el mismo y la vida de Anna se vuelve sosa y sin picardía, por eso busca al joven Tomas, para revivir esa juventud que tuvo y se truncó, para revivir un pasado en el que sentirse deseada y volver a desear con pasión.
Es este un libro sobre las relaciones humanas, sobre cómo nos las tomamos si queremos ser felices y consecuentes con nuestros deseos. El adulterio, ¿está justificado? A ojo de la iglesia es posible que no lo esté, pero Anna lo necesita, necesita a Tomas pese a que piense que él encontrará a otra más joven, más adecuada a sus necesidades. Y Anna se queda sola, sola con su hijo que tanto quiere y que veremos que será el único al que será leal y fiel con todas sus consecuencias. El adulterio de Anna está justificado porque ya no ama a Henryk, y se sincera y se siente libre, pues de eso trata este libro, de buscar una libertad pese a los demonios que nos entorpecen la vida, pese al pecado, pese a lo que no se puede evitar como lo es la separación de un matrimonio que está abocado al fracaso.
Comprendemos a Anna, pero también a Jacob y a Henryk. También comprendemos a Tomas, que pudoroso él, sacará toda la voluntad de Anna para llevar a cabo una vida más feliz, más digna. Tomas le otorga a Anna un temor: el de poder ser descubierta en sus andanzas, pero ella sin embargo disfrutará esos momentos. “Y así se van apagando todas las conversaciones, todas las palabras se desvanecen, las voces, las cuerdas vocales, las lenguas, los labios no tienen fuerza. Se hace el silencio.”