La anomalía, de Hervé Le Tellier (Seix Barral) Traducción de Pablo Martín Sánchez | por Juan Jiménez García
Y ahora los oulipianos ganan premios Goncourt y venden cientos de miles de ejemplares… Y también por eso La anomalía es una anomalía más. Hervé Le Tellier es un viejo desconocido en nuestro país. Hace diez años incluso se publicó un libro suyo, No hablemos más de amor. Y no se habló tampoco más de él. Miembro del OuLiPo (Ouvroir de littérature potentielle, es decir, Taller de Literatura Potencial), forma parte de una larga estirpe que empieza con Raymond Queneau y François Le Lionnais, que llega hasta nuestros días (Pablo Martín Sánchez, su traductor, es uno de ellos) y que contó con figuras de la talla de Georges Perec e Italo Calvino. Para aquellos que no conozcan de qué va el tema (muchos de sus potenciales lectores) hay que decir que, en lo fundamental, se trata de crear bajo constricciones, bajo reglas, y, por qué no, entender la literatura como un juego. Y, todo esto, ha dado obras mayúsculas. Pero, afortunadamente, por aparecer, han aparecido hasta libros dedicados al OuLiPo en los últimos confusos tiempos. La anomalía participa de ese gusto por el juego y, sin duda, albergará más de una constricción en su interior y más de un juego, y el resultado es un libro trepidante, inquietante y con un marcado sentido del humor, de la ironía, por el que desfilan algunos de los males de nuestro tiempo, como el anterior presidente de los Estados Unidos, nunca citado por su nombre pero fielmente retratado. En todo caso, de qué hablamos cuando hablamos de La anomalía…
De un instante. El instante del 10 de marzo de 2021 en el que un avión francés con destino a Nueva York pasó de estar atravesando una terrible tormenta, la tormenta del siglo, a estar bajo un soleado día. Un instante que en realidad son tres meses, porque el avión, de repente, se ha ido a un mes de junio. Y sus pasajeros con él. Y todo estaría medianamente bien si no fuera porque ese avión y esos pasajeros ya habían llegado en su día. De modo que pasajeros y avión son ahora dobles. Tener dos aviones no es problema, pero doscientos cuarenta y tres pasajeros… ¿Cómo enfrentará el mundo esta anomalía? ¿Cómo enfrentarán esos hombres dobles su destino? Y aquí saltamos atrás en el tiempo y llegamos a Alberto Savinio. Aún más y llegamos a Guy de Maupassant, loco, que dijo, yo soy el otro. Más atrás, a Arthur Rimbaud y su yo soy otro. Aquellos son ahora otros y los otros son ellos, y nada los diferencia más allá de que uno de los dos ha vivido tres meses más de vida (y no es poco).
Establecidas las reglas del juego, solo queda jugar. Y a eso se entrega, con pasión, Le Tellier. Lo que empieza como una novela negra, va cambiando y frecuentando diversidad de registros, llenos de guiños y matemáticas (otra de las bases oulipianas), mientras va siguiendo la historia en general pero también la historia en particular, el antes y el después de todos esos personajes participantes en esa anomalía. No los sigue a todos, sino a unos pocos, pero esos pocos son suficientes para permitirle desplegar un abundante catálogo de vidas y maneras de ser contadas, así como de géneros o referencias literarias, lo cual nos lo colocan más cerca de Raymond Queneau que de otros, pero con un aire a lo Italo Calvino y más de un guiño a Georges Perec. Como Le Tellier también sabe lo suyo, el resultado se convierte en literatura trepidante, por lo contado y por cómo lo cuenta, además de mostrarnos un relato fiel de las miserias de nuestro tiempo. Y es que igual nosotros no nos encontraremos con nosotros mismos unos meses antes, pero sí que esta anomalía pandémica nos ha devuelvo, posiblemente, un retrato trágicamente disparatado de nuestra realidad. Y me atrevería a decir que ni tan siquiera somos los mismos que éramos allá por un mes de marzo del 2020, cuando aún hacíamos bromas sobre pangolines, sino que somos otros. Otros ocupando viejos cuerpos. Otros que comparten los mismos recuerdos que aquellos, que no son muy diferentes ni tan siquiera físicamente, pero otros. Puede que La anomalía solo esa una manera no solo de enfrentarnos a estos años salvajes, sino a esas voces de dentro, en las que aún intentamos poner orden para entender algo, un poco, de todo eso.