Entre guerras. Relatos de los vencidos, de Heinrich Böll (Mishkin) | por Juan Jiménez García
Heinrich Böll y la literatura de ruinas. Si Italia tuvo su cine neorrealista y, con el milagro económico (esos milagros económicos), su comedia neorrealista italiana, los alemanes, tal vez por una cuestión de medios, tal vez por instalarse en una tradición literaria (y no me voy tan lejos, sino tal vez solo hasta la República de Weimar), decidieron que su manera de contar esa(s) nueva(s) Alemania(s) sería a través de las palabras. Recorrer todo ese movimiento (penoso, como lo fue también en Italia o en cualquier lugar que pretendiera arrojar algo de luz sobre la continuidad del pasado en el presente) que les llevaba desde el nazismo a las ruinas y desde las ruinas a una tramposa recuperación, llena de fantasmas, de cadáveres, de tierras baldías. Heinrich Böll fue uno de sus representantes mayores y también estaba Günter Grass. A ambos les dieron el Premio Nobel de Literatura. Böll murió oportunamente lejos de nuestro tiempo, y Grass tuvo la oportunidad de disfrutar la miseria moral de estos días de pandillas sociales y justicieros anónimos. Triste final para una escritura que nos reveló al ser humano y la oscuridad invisible que desde siempre nos rodea. Ahora Mishkin publica una selección de los relatos de Heinrich Böll, Entre guerras. Relatos de los vencidos, y es una estupenda ocasión para recuperar a un escritor necesario y, por tanto, conveniente ocultado y olvidado.
Hace ya unos años leí mucho a Heinrich Böll. Para entender, como decía, aquella nueva/vieja Alemania era una necesidad. Nadie se atrevía a señalar la desnudez del emperador y fueron necesarios unos pocos críos impertinentes para ello. No solo se trataba de una literatura de denuncia, que lo era, sino también de una extraordinaria reunión de escritores capaces de construir una nueva literatura desde esas mismas ruinas que describían. Hay obras que no se pueden evitar. Pienso en Opiniones de un payaso, esa revisión de una vida desde un presente incierto. Y no fueron pocas las novelas del escritor alemán que constituyen un referente literario a la vez que un crudo retrato social no ya solo de los vencidos, como reza el subtítulo de esta reunión de relatos, sino de los vencedores. Porque allí, como en otros sitios, los vencedores fueron aquellos aparentes perdedores y por eso las industrias que se enriquecieron con la guerra eran aquellas que ahora se enriquecían con milagros. Y los políticos de entonces, nazis y colaboradores, seguían ahí, ocupando los mismos o parecidos cargos.
En los relatos de Entre guerras encontramos una amplia selección de muchos de los temas sobre los que Heinrich Böll construyó su escritura. La pobreza y la explotación (ya desde La balanza de los Balek) hasta el desencanto (por poner uno de los últimos relatos, La iglesia del pueblo). En todos subyace una necesidad de rebelarse. Pero Böll no debía creer demasiado en revoluciones. No era comunista y solo la socialdemocracia le hizo albergar ciertas esperanzas. No creía en los cambios violentos pero si en un ser humano capaz de elegir sus destino contra las imposiciones de la época que le ha tocado vivir. Entre todo aquello, aún quedaba algo de espacio para las relaciones, para el amor o para los encuentros fugaces. Incluso entre un tren y otro, antes de marchar hacia la guerra, hacia la muerte, hacia la destrucción (Parada en X). Mientras sus personajes viven su vidas, es el narrador, el escritor, el que construye el discurso político o moral. En Al terminar la guerra encontramos buena parte de su literatura: el regreso, el desencanto, la rabia, la destrucción, el habituarse a apenas nada, más que ruinas y ruindades. Pero incluso ahí queda un espacio para la ilusión de los pobres, como en Mi tío Fred y la salvación por las flores, en un mercado negro.
Sí, todo sigue igual. Antes, después. El ser humano y su incapacidad para cambiar, su facilidad para el olvido, su pragmatismo. Como una necesidad para superar el horror alrededor, las ruinas bajo uno, la miseria propia. Como ese matrimonio de Hubo tarde y hubo mañana, atravesado por el silencio como respuesta a los problemas, a la espera del perdón. Böll, pese a todo, cree. En sus historias aparece un cierto sentido del humor, una fina ironía desencantada (que bien leída, puede ser un terrible sarcasmo, como en Algo va a pasar, delirante ficción que acaba con una inquietante alusión al jabón). Polemista, incómodo, inconformista, además (para desesperación de sus enemigos, tantos) era un enorme escritor. Y por eso volver a encontrarse con él, en una edición como esta, es un lujo que nos debemos permitir. Una necesidad. Una voz (y una literatura) vigente.