Cleveland, de Harvey Pekar, Joseph Remnant (Gallo Nero) | por Juan Jiménez García

Libros

Seguramente el tiempo de los héroes acabó. Acabó hace mucho. Sí, queda el cine, que nos intenta convencer de lo extraordinario que es salvar el mundo una y otra vez, volando, lanzando telas de araña o a golpes de martillo. Sin embargo, hace tiempo que ya no hay ningún mundo que salvar. No, ya no es tiempo para superhéroes. Lo verdaderamente heroico es vivir. Como el título de aquella película checa: el coraje cotidiano.

Harvey Pekar era un gris archivero en una ciudad gris: Cleveland. Cleveland era una ciudad decadente cuyos barrios se iban cayendo a pedazos, una ciudad ejemplar convertida en el último lugar en el que vivir. Pekar, sin embargo, tenía sus sueños o, al menos, sus ideas. Pensaba que el cómic, espacio nacido para la aventura, para la diversión, también podía simplemente hablar de la realidad. Y ni tan siquiera una realidad que tuviera que rotularse como “basada en hechos reales” (por increíble), sino un realidad despojada de cualquier adorno, de cualquier tensión: nuestro día a día. Así, con la ayuda de un Robert Crumb perdido por unos años en aquel lugar, inicia American Splendor, que podría llevar el subtítulo de “la vida y nada más”. Pekar nos cuenta pequeñas anécdotas que son como las nuestras, cómo desatasca un baño, que es como el nuestro, cómo pide cacahuetes en un avión, como los pediríamos nosotros. Lo cotidiano se convierte en extraordinario por el simple hecho de estar ahí. Toda esa sucesión de banalidades (¿qué es la vida, después de todo, la mayor parte del tiempo?) nos van mostrando a un héroe de nuestro tiempo, cuya única virtud es sobrevivir.

A lo largo de décadas y más décadas, Harvey Pekar se dedicará a contarse, sin más adornos. Los dibujantes irán cambiado, American Splendor irá creciendo número a número (la mayor parte de las veces autoeditado) y su aventura empezará a tener una cierta repercusión, cosa que realmente no le cambiará en mucho: el dinero seguirá faltando, el baño se seguirá atascando, los gatos pasearán sobre él, tendrá cáncer, lo superará, volverá a tenerlo, se casará varias veces, tendrá una hija,… En definitiva, se seguirá contando, seguirá atravesando las viñetas de su vida.

Aparecido tras su muerte, Cleveland (que nos llega ahora de la mano de Gallo Nero), tiene la particularidad de que Pekar no solo cuenta su historia, sino también la de aquella ciudad que nunca abandonó. Ilustrado por Joseph Remnant, la novela gráfica adquiere un cierto clasicismo, un clasicismo que le conviene. Su protagonista nos va narrando, impasiblemente, el nacimiento y caída de la ciudad, para pasar a su propia vida, entrelazada con ella. Las viñetas se convierten en fragmentos de vida, instantes sin más continuidad, muchas veces, que esa propia vida (¿hay algo más elíptico que la memoria?). Anécdotas, destellos, divagaciones (durante toda ella, veremos a Pekar deambulando), avanzaremos desde los días soleados hasta ver caer la nieve sobre la vieja ciudad. Desde esas primeras palabras (“Sí, hubo muchos días buenos”), hasta el silencio (esa última página crepuscular).

Con Cleveland, Harvey Pekar se volverá a contar. En cierto modo, es como ver desfilar de nuevo aquella extensa vida de American Splendor, reducida ahora a algo más de un centenar de páginas. Sus recuerdos sufrirán una última destilación, su tiempo acabará siendo eso, esto. Los lugares (porque Cleveland es aquello que une los lugares con la persona que somos) quedarán fijados una última vez: las librerías, el hospital donde trabajaba, sus casas, sus esquinas, sus barrios.

Pekar morirá en 2010 por una sobredosis de fármacos mal calculados. Y tras eso, ya no queda nadie para contarle. American Splendor había llegado a su fin y, con él, quién sabe si Cleveland. Una Cleveland, al menos, entre todas las posibles.

 


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