El Golem, de Gustav Meyrink. Ilustraciones de Alejandra Acosta (Libros del Zorro Rojo) Traducción de Alfonso Ungría | por Juan Jiménez García
Me pregunto si se puede temer la lectura de un libro. Me pregunto si todo el mundo tiene libros malditos. Yo siempre tuve dos, dos libros que dejé de leer porque les atribuí momentos terribles, en un ejercicio ridículo, tal vez, de superstición. Uno de ellos es Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin. Otro era El Golem. Era. Y sin embargo, mientras lo leía, alguien a quién quería mucho murió (aunque llevaba mucho, demasiado tiempo, muriendo) y nos alcanzó el apocalipsis, también a nosotros. Buscar un significado, un culpable, para todas nuestras desgracias cotidianas. Por qué no un libro maldito. Un libro sobre un monstruo inaprensible. Tan inaprensible que solo está en el título. No, realmente no. Está en todas y cada una de sus páginas. Olvidemos aquella películas expresionista de Paul Wegener y Carl Boese. Olvidemos todo. En las páginas de este libro está la magia, el misterio. Los sueños dentro de sueños. La Praga mágica de Angelo Maria Ripellino. Todo está ahí y nada se encuentra.
Decía: olvidemos la película. Nada está aquí. El Golem, ese hombre de tierra que cobra vida al poner el nombre secreto de Dios en su boca. El ghetto judío. Sí, eso sí. Su protagonista, Athanasius Pernath, se ve envuelto en una sucesión de extraños sucesos y viejas leyendas, que devuelven a la vida (o al sueño, o a su interior) al monstruo. El horror se extiende como una inquietud, un profundo temor. Es difícil no ver a Gustav Meyrink, sus inquietudes, ahí. Las ciencias ocultas, el esoterismo, la magia, la cábala. Todo está en las páginas del libro. Es más: eso son las páginas del libro. Quién busque una historia no encontrará nada más que un andamiaje que se ancla en la tradición. Quién no busque nada lo encontrará todo. Si somos capaces de abandonarnos a la deriva, los cuerpos empezarán a tomar forma, entre mundos soñados y mundos interiores. Lo amenazador es todo. Desde algún punto en nuestro interior hasta algún lugar indeterminado, más allá de nuestro cuerpo y también de la vida.
En el índice, cada capítulo es una sola palabra, como aquella que es capaz de dar vida al hombre de tierra. Algunas: Sueño, Día, Praga, Noche, Despierto, Visión, Luz, Necesidad, Miedo, Mujer, Tormenta, Luna, Libre. También: Mayo. Hillel dice: supón que el Golem significa el despertar de la muerte a través de la más interna vida espiritual. Interior. Salir. Despertar. Sueño. Athanasius Pernath. El primer capítulo se llama Sueño. El último, Fin. Borges de nuevo: Meyrink creía que el reino de los muertos entra en el de los vivos y que nuestro mundo visible está, sin cesar, penetrado por el otro invisible. Entre las palabras, las ilustraciones de Alejandra Acosta. ¿Cómo poner en imágenes ese mundo enrarecido? Solo en la oscuridad se puede ver algo. Sus ilustraciones son esa oscuridad visible. Provienen de un mundo antiguo, viejo como todo. Son fragmentos de intuiciones. Acaba el libro y las imágenes y nos parece salir de un estado de inconsciencia en el que, sin embargo, todo estaba ahí, al alcance de la mano. De nuevo recuerdo las palabras de Federico Fellini: nada se sabe, todo se imagina. Y ese principio de incertidumbre podía ser aquello que mejor encierra la obra de Gustav Meynrick.