Roja catedral, de Gloria Fortún (Dos Bigotes) | por Gema Monlleó

Gloria Fortún | Roja catedral

“La lejanía no existe: no podemos llegar aún más alto, no podemos subir tanto como para mirar más allá de nuestro valle, por encima de los peñascos y las pedrizas que lo limitan.” 

El valle feliz, Annemarie Schwarzenbach 

Lugar: Madrid (capital y Sierra). Momento: futuro indefinido. Protagonistas: ellas. Este es el planteamiento sobre el que Gloria Fortún (Madrid, 1977) construye su novela Roja catedral, una distopía luminosa tras el apagón y la guerra con una ciudad agonizante de fondo (“a lo lejos podíamos ver ya los esqueletos de las Torres KIO, que aun moribundas jamás habían dejado de intentar besarse”).  

Una comunidad de mujeres, las Comensales, forajidas poetas, supervivientes de una contienda (nunca explicada) viven en la Sierra madrileña celebrando la Poesía. Poesía así, con Mayúsculas, Poesía como Asidero, Poesía como Manifiesto, Poesía como Ley de Vida. Estamos quizás demasiado acostumbrados a distopías en las cuales el futuro es manifiestamente peor que la época actual (sea esta cual sea) y tal vez el mayor acierto de esta novela sea que la descripción fragmentada del momento en que se sitúa es de una verdad, libertad, y respeto con las emociones individuales que da cierta envidia: el paraíso encontrado antiparafraseando a Milton. 

Novela poética, poema en prosa, “poela”, “novema”. La mezcla de géneros, las licencias literarias que Fortún toma una vez y otra achicando fronteras, provoca un efecto onírico desde la primera página y consigue que el adentrarse en un mundo insólito sea la bienvenida para el placer lector en el que todo está permitido si está bien escrito.  

“te escribo con urgencia 
la vida me ha de interrumpir
la mañana aún gotea en el tendedero” 

Así comienza el primer poema de la primera página. “Siento todo lo que este libro no puede ser”, así comienza el texto en prosa después del primer poema. Y es que aunque el libro no pueda serlo todo (en la voz de Cielo, la protagonista) el todo escrito desvela y revela tanto que cualquier punto de fuga es pieza clave para componer un puzzle-acuarela: todo encaja en un difuminado y mezclado y agitado y emulsionado y revuelto y posado y asentado y sedimentado. El antes (“antes de la guerra, la calle del norte de Madrid donde vivimos formaba parte de un barrio de clase alta”) no es un tiempo añorado, es una referencia que distingue y enfoca y singulariza el ahora (“camino por la ciudad oscura y como siempre que voy por la calle y es de noche hago un Poema nuevo con la cabeza y con la boca”). La ciudad, extraña pero no completamente hostil, y la Sierra, acogedora isla de una utopía que parece posible (“En la Sierra, la noche es tan profunda como los túneles de los perros de las praderas. Se escuchan las veletas que chirrían en los tejados y en los tendederos de los patios bailan su danza parsimoniosa los edredones bordados a mano. Pero al traspasar las puertas abatibles de la cantina todo es de color naranja llamarada y rojo franela”). 

Ellas, las Comensales (“herederas de antiguos Misterios, facción Poética de Mundo Deseo”), realizan duelos de versos a la luz de la hoguera, con el dulcimer de los Apalaches sonando, y ofician ceremonias recordando sus principios-mandamientos: Indiardiente (“cualquier vida que se hace añicos es un portal hacia la posibilidad”), Juana Barbaridad (“cuando la otra entra sin permiso en nuestra sagrada ficción yo regreso a mi puesto de finalista y la espero”), Nocturna Lilith (“las malas lenguas escupen veneno. Las buenas hacen que te palpite la entrepierna”), María La Flamígera (“qué cuerpo maravilloso el mío que me ha sostenido cada día en la herida y en la risa, en la pena y en el orgasmo, luminoso, deseante y deseado”), Auxi La Que Cuenta Lunas (“Ven. Esa es mi palabra favorita en el amor: ven”), Carson (“escribo sobre el amor por la incólume razón de que amo”), Amina (“gana el amor de esa forma tan misteriosa en que triunfa siempre el amor dándome pan y versos y un mes más para soñarte”), Spoken Word Carmen (“no tienes títulos dinero pero sí una catedral cardíaca dos manos una boca que besa y habla un manifiesto y todo, todo para ser tú”), Alma Nagasaki (“pienso con los dedos llenos de tinta, la chaqueta espesa que es como un abrazo viejo, y un relato recién luchado”), y Cielo Fortún que abandona su apellido para ser Cielo Lengua de Plata (“escribir es levantar la tapa del bote en el que un niño malvado tiene a una libélula cautiva, es estar dispuesta a dejar volar los azores salvajes bajo el sol ardiente de la mañana y a caminar a tientas por las noches oscuras del Alma”). Ellas (no hay ellos), todas, disidentes, rebeldes, abanderadas de la libertad sexual, no-normativas, míticas, forajidas del fuego, del aprendizaje en espiral (“el tiempo lineal pertenecía a los hombres y el espiral era suyo”), amazonas y vaqueras cabalgando el Deseo perpetuo. 

Escribir y amar-desear son también letras desvaneciéndose y fundiéndose en el ya mencionado puzzle-acuarela. Escribir (“la batalla contra el vacío léxico”, “inventaremos historias y nuestras historias nos crearán a nosotras”) y amar-desear (“el Amor es Fuerza Creadora”): amar-desear desde el corazón (“ahora me doy cuenta de que Lobasola no fue amor, fue un trasplante de corazón. Yo lo di y ella lo recibió”), desde la ilusión (“nunca rendirse al quebranto”), desde la sana pertenencia (“nos unen los sueños y no las carencias”), desde el cuerpo (“el cuerpo es el país de la verdad”). Amar y desear y vomitar el corazón (“una noche soñé que vomitaba mi corazón. En el sueño no quería admitir lo que era. Miraba al suelo, a ese órgano la tente y rojo y me decía: no es nada”) en una acción trasunta de la de Oliverio (Darío Grandineti) en la película de Eliseo Subiela El lado oscuro del corazón (1992) o de la de León Benavente en su canción Te comes mi corazón (“me como la cabeza, tú te comes mi corazón / te lo sirvo en bandeja, tú te comes mi corazón”). Órganos vivos en la deslocación de las utopías. 

Referencias explícitas o veladas a otras escritoras, a la genealogía espiritual de la autora: la primera en el apellido de la protagonista: Fortún (reivindicación manifiesta de Elena, mucho más que la creadora de Celia), otras en menciones diversas: Gloria (Fuertes), Joan (Didion o/y Nestle), Siri (Husvedt), Maya (Angelou), Sanmao (“Nadie sabía mi nombre. Esto es lo que imagino. Que era un nombre de escritora, como Gloria, Joan, Siri, Maya o Sanmao”), Emilia (Pardo Bazán), Charlotte (Bronte o/y Perkins Hilman), Toni (Morrison), Enid (Blyton)… (“entonces alguien desde abajo / (creo que Emilia, o Gloria, quizá Charlotte, Toni, incluso podría ser que Enid) / sopla / y ligera me alzo”). Una constelación de literatas feministas, libres y libertarias, algunas queer, otras lesbianas, todas con la sororidad como punta de lanza y con la determinación de llevar a las mujeres al centro de las/sus historias (pese a los riesgos: “una Poeta recuerda de forma atávica lo que se siente al ser quemada en una hoguera”). Libro-catedral, libro-casa, libro-familia, Cielo se narra desde ella (desde su amor y desamor, desde un romanticismo no-tóxico) y nos interpela a todas (“¿qué merece la pena hacer, incluso si fracasas? ¿qué es mejor, que no haya amor para que no importe tanto la muerte, o que no haya muerte para que no importe tanto el amor?”). La leo y creo escuchar a las versificadoras vaqueras mostrándome un mundo en el que sí, esta vez sí que sí, reina la Poesía.


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