La segunda venida, de Franco «Bifo» Berardi (Caja negra editora) Traducción de Tadeo Lima | por Óscar Brox
Hay una cierta tendencia a la frustración entre la crítica cultural contemporánea. El capitalismo, en sus numerosas ramificaciones, ha secado la fuente de la imaginación hasta tal punto que cuesta imaginar otro futuro. Vale, esto ya lo han dicho Jameson o Fisher, cada uno en su clave intelectual. Pero es curioso observar cómo la historia se repite una y otra vez, con tanto texto empeñado en lanzar diagnósticos sobre los males contemporáneos (esa, quizá, es la parte fácil) sin saber muy bien en qué dirección adelantar una propuesta. Esto es algo que me sucede cuando leo El entusiasmo o el enésimo refrito sobre la sociedad de rendimiento digital según Byung-Chul Han. Hago un paréntesis: ¿a alguien más le parece que el filósofo coreano-alemán se ha convertido en un propagandista de esa sociedad del cansancio sobre la que escribe? Alguien, en definitiva, que extiende un preferiría no hacerlo desde su púlpito editorial frente a cualquier tentativa de respuesta.
Llego al último libro de “Bifo” tras leer su diario-correspondencia durante el confinamiento; hago otro paréntesis: probablemente de los textos más intelectualmente honestos en un momento excepcional en el que los profesionales de la opinión cultural se pusieron las botas. La segunda venida es una pieza breve, puede que también urgente, en la que Berardi toma como metáfora el Apocalipsis. No en vano, el texto está escrito en pleno éxtasis del trumpismo, con el tablero geopolítico global sacudido y la soberanía del Estado depuesta ante los algoritmos financieros, entre otras cosas. En esa coyuntura, ya no parece posible plantear la disyuntiva entre socialismo y barbarie, la consigna con la que el espíritu de los 60 trató de proponer otro mundo posible. Fundamentalmente, porque aquel socialismo no fue capaz de consolidarse y el actual, en fin, no deja de ser una marca blanca para ese neoliberalismo que todavía no se ha puesto los ropajes de la derecha. Total, que “Bifo” plantea una disyuntiva aún más radical: o comunismo o barbarie.
Me voy a detener un momento en la cuestión radical, pues el texto de Berardi me ha recordado una pequeña obra de Marina Garcés en la que la autora trataba de rehabilitar algunos de los elementos centrales de la Ilustración que se perdieron en el fuego del tiempo. El principal: la emancipación. Dentro Garcés: “Nuestro principal problema es, entonces, redefinir los sentidos de la emancipación y su relación con los saberes de nuestro tiempo. ¿Qué saberes y qué prácticas culturales necesitamos elaborar, desarrollar y compartir para trabajar por una sociedad mejor en el conjunto del planeta? Parece una pregunta ingenua, pero cuando las humanidades pierden el vínculo con esta cuestión se convierten en meros conocimientos de textos sobre textos y mueren”. En buena medida, “Bifo” lleva a cabo una tarea parecida, en tanto que no trata de exhumar los huesos del viejo comunismo, sino que husmea en su interior para ver qué saberes, qué relaciones, nos pueden permitir desarrollar una propuesta, casi un imprevisto, que se posicione frente al capitalismo salvaje de cada día.
Dice “Bifo”: “Este proceso de automatización cognitiva es inherente a la naturaleza técnica de las formas de interacción conectivas, no el efecto de malas intenciones políticas, y por lo tanto es irreversible y tiene lugar en un nivel al que la voluntad y la decisión política no tienen acceso”. Dicho en plata, estamos jodidos. La obliteración del entendimiento crítico que han puesto en marcha medios como Facebook o Google se da la mano con la pérdida de bienestar social que los últimos coletazos del neoliberalismo entregaron en aras de la globalización y el aumento desmedido de ganancias. De la automatización, una de las palabras que más se repite en el texto, como estilo de vida. Los diagnósticos de Hardt y Negri se quedaron cortos en su Imperio, al que Berardi propone varias enmiendas, y uno tiene la sensación de que este Siglo XXI no ha hecho más que refinar, hasta casi conducir a la nada, las sociedades disciplinarias según Michel Foucault. Dentro de ese berenjenal apocalíptico, “Bifo” es capaz de rescatar pequeñas señales de optimismo para hacer frente a ese otro Leviatán que lo ha devorado todo. Habla bien de Wikileaks (Adam Curtis en una entrevista reciente: “lo que hace Wikileaks no es periodismo, es echarte encima varias toneladas de material sin filtrar. Esto solo sirve para generar ruido y confusión. Julian Assange siempre me ha parecido un reaccionario: si no sabes qué hacer con mi material, es que no sirves.”) y trae a colación uno de los textos más hermosos de Deleuze y Guattari a propósito de la amistad. Habla de la venida del último Papa. De la solidaridad. De la habilidad para crear un mundo común. Sin esa costra de cinismo que es el mantra de la automatización de la vida.
Lo que “Bifo” pide es plantear la activación de una plataforma, la reorganización. Entender que Comunismo es igualitarismo y emancipación del tiempo social. Y que para volver a creer en ello hay que meterle mano a la mente social, a ese paraíso de vacuidad y cinismo en el que andamos moralmente extraviados, para desenmarañar nuestra relación con el mundo. O, casi sería mejor decir, para volver a plantear nuestra relación con el mundo. No como una cuestión ideológica, como como una agenda política, como el único gesto de acción que nos permita volver a pensar en lo impensable. Imaginar, que es precisamente la actividad que el capitalismo se ha dedicado a erosionar a conciencia. Así, La segunda venida no deja de ser un texto inevitablemente melancólico, en el que Berardi nos recuerda que la vida puede ser bella. En el que, frente a la perspectiva de un mundo moribundo, parece urgente la llamada a (tratar de) crear otro. Imaginar, una vez más, el futuro. Lo impredecible.