La simbiosis imposible. Escritores judíos en la Alemania de entreguerras, de Francisco Uzcanga Meinecke (Báltica) | por Juan Jiménez García

Francisco Uzcanga Meinecke | La simbiosis imposible

Esta duda podría surgir en cualquier momento y sin embargo… Conocemos la literatura del Holocausto, la conocemos incluso profundamente. Hay un buen número de obras literarias sobre la experiencia de los campos de concentración, de la muerte, de cómo vivir después de todo aquello o si es incluso posible hacerlo, escribir, trasladar a palabras aquel mundo de tinieblas. Pero la duda, la pregunta aquí es otra: ¿y los escritores judíos en los tiempos de la Alemania de entreguerras? Qué fue de ellos en esa Alemania de Weimar, primero, y luego, de esa misma Alemania caída, muerta por agotamiento, por intereses, por el advenimiento del nazismo… Las respuestas que nos ofrece Francisco Uzcanga Meinecke son muchas, centrándose en la relación de estos con el judaísmo, más que reunir una serie de nombres y glosar vida y obras. El asunto reviste unos ciertos comunes denominadores, de los que yo he retenido dos, porque me parecen muy significativos. Primero, ante todo fueron escritores, y su relación con la religión era inexistente, un asunto de familia, o se llevaba con una cierta distancia. Eso no les libraba de nada, de absolutamente nada. A todos los efectos, eran judíos, y a todos los efectos, sus obras fueron condenadas, quemadas y ellos amenazados. Pero, aquí está ese otro aspecto que me parece significativo: ninguno de ellos acabó preso ni murió en un campo de concentración. Todos eligieron el exilio y a alguno lo alcanzó la muerte, sí, pero de otra forma. Esa misma persecución, fue, de alguna manera, su salvación, desde el momento que entendieron que no había ningún futuro en aquella nueva Alemania. Que no solo no había ningún futuro, sino que, de una manera u otra, aún sin el conocimiento ni la existencia (todavía) de los campos de exterminio y de esa siniestra solución judía, solo podía esperarles la muerte, aunque esta, en un principio, se representara como la imposibilidad de escribir y el constante hostigamiento. 

A cada uno le correspondió vivir su propio drama, pero también cada uno de ellos, tenía, como decía, su propia relación con el judaísmo (y también con el sionismo, que raramente vieron como una solución, como una escapatoria). Lo único que les unía era la condición. Uzcanga Meinecke indaga precisamente en ello, en esa complejidad de unas relaciones que no cambiaban esa esencialidad de enemigos del pueblo (también como escritores). La mayor tragedia (sin saber que escapaban de una muerte segura) era marcharse. Abandonar Alemania, ir de acá para allá, arrancados de sus raíces, sacados del curso de la literatura germana, preguntándose desde la incomprensión absoluta de aquello que estaba ocurriendo (algunos, además, a la religión unían sus ideas políticas). Una suma de fatalidades. Unos aún intentaban superar la pérdida de una cierta idea del mundo (como Stefan Zweig o Joseph Roth) y otros una cierta idea de ser libres, también en la creación (como aquellos locos años de Weimar, en los que todo parecía ir mal, pero la cultura avanzó como nunca). En realidad, fue el desmoronamiento de tantas cosas lo que los llevó al convencimiento de que el mundo estaba cambiando y que allí ya no había lugar para ellos. Pequeños gestos, ligeros avances, signos del tiempo, y, quién sabe, una soledad cada vez mayor y más compartida. 

No se trataba de un mundo de ayer que desaparecía, siguiendo, de nuevo, a Zweig o Roth, sino de un presente que se agrietaba y se llenaba de fantasmas y amenazas. Los libros ardían y también la posibilidad de poder continuar. Prohibiciones, persecuciones amenazas, el saber que en cualquier momento podía ocurrir lo peor y lo peor era dejar de escribir. Por su condición de escritores incómodos, pero también por esa doble condición de judíos, que les resultaba aún más incomprensible (pero por la que, tal vez, no hubieran huido, como no lo hicieron tantos, porque era una amenaza más confusa, más difícil de asimilar, de interiorizar). Arrancados de sus raíces, sobrevivieron, algunos efímeramente, otros tortuosamente, otros lejos de una idea del mundo que durante años les alimentó. Una perdida más en una sucesión de derrotas. Ninguna victoria.  


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